En estos días en que los periodistas de Bolivia se rasgan las vestiduras por la promulgación de la Ley contra el racismo, que según ellos afectará su trabajo, sin darse cuenta que su sometimiento viene de la parte patronal, de los dueños de los medios de comunicación. Recordé que hace algún tiempo prometí postear una anécdota de un gran periodista de los años 50 y 60: don Julio Borelli. Un verdadero ejemplo para la gente que ahora se cree periodista, pero que no es más que un maniquí en manos de su patrón.
El periodismo honesto
Por Hernán Maldonado
Un domingo en la tarde de la primavera paceña de 1955, Jorge Carrasco Villalobos, uno de los dueños de El Diario, el decano de la prensa boliviana, se asomó por la sección deportes del periódico mostrando en el rostro su enfado. Su equipo de fútbol favorito, el de la familia, había perdido un encuentro del torneo local.
El que en 10 años más sería el director-propietario indiscutido del periódico, siguiendo una tradición familiar que se remonta a principios de siglo, se apoyó con un brazo en el marco de la puerta como para impedir que nadie saliera o entrara.
¿Cómo andas Jorge?, le tuteó el jefe de la sección deportes, don Julio Borelli Viteritto, mientras los otros dos periodistas de la sección, Horacio Corro Geldrez y Carlos Carrasco Ballivián, doblaban sus espaldas sobre sus máquinas Hermes en un tecleteo feroz.
Sentado en la oficina en mi condición de aprendiz de periodismo, casi pude palpar la tensión del momento. Parecía que situaciones similares se habían vivido ya anteriormente. Carrasco Villalobos dijo: Don Julio, quiero ver mañana en grandes letras que Always Ready perdió por culpa del árbitro.
Discúlpame Jorge, pero yo no puedo escribir nada de eso, porque no corresponde a la verdad, le dijo don Julio.
Carrasco Villalobos no respondió. Se dio media vuelta furioso y apresuró el paso hacia su vivienda, ubicada en el mismo edificio.
Don Julio, sereno, se quedó sentado en su escritorio con la cabeza gacha entre las palmas de las manos. Nadie se atrevía a interrumpir sus pensamientos, cualesquiera que fueran.
Yo pensé que quizás estaba reconsiderando la situación. Tal vez había un ángulo desde el que podría satisfacerse a Carrrasco Villalobos. Recordé que, con don Julio como entrenador, Always Ready había conquistado su único título en el fútbol boliviano. Quizás el noble uruguayo amaba también a Always Ready. Pensé también en los años en que estaba en el cargo; que El Diario era su única fuente de ingresos...
De pronto don Julio se incorporó para dar el mensaje que me ha inspirado en este casi medio siglo de trajinar periodístico:
“Jamás venderé mi opinión al vil precio de la necesidad”, proclamó.
Don Julio perdió el cargo y yo, casi un chiquillo, me uní a él en una relación de maestro-amigo-alumno que duraría 15 años o, lo que es lo mismo, una década y media de formación en la escuela de la honestidad periodística.
A la luz de esta anécdota me pregunto: ¿actualmente cuántos periodistas podrían decir lo mismo que don Julio Borelli? Porque en los umbrales del nuevo siglo una de las grandes interrogantes es saber si la ética periodística sobrevivirá a los peligros que la acechan.
En la mayor parte de los países latinoamericanos, el llamado "cuarto poder" del estado es todavía uno de los más confiables para nuestras sociedades, pero el periodismo honesto es bombardeado todos los días por los intereses políticos, económicos, la tenaz competencia, etc.
La sobrevivencia periodística misma está en juego. Ya han desaparecido los diarios vespertinos y la fuente que los nutría de noticias allende los mares cerró sus puertas este primero de julio al cancelar la United Press International sus operaciones en América Latina tras casi un siglo de existencia.
El avance de la tecnología es brutal y el Internet con su prodigio contribuye al cierre de más diarios.
Hace rato que ya han desaparecido fuentes de trabajo y hasta profesiones completas, como la de los antiguos cajistas, teletipistas, tituladores, correctores de prueba, de galera, fundidores de plomo, linotipistas, etc.
Los periódicos, tal como hoy los conocemos, parecen ser una especie en extinción y para sobrevivir se aferran a medicinas de dudosa legalidad, como aquellos seropositivos y asmáticos que hallan alivio a su mal en la marihuana. Por eso cabe preguntarse, ¿hasta dónde esa presión por la sobrevivencia no afectará la ética? ¿Hasta dónde el periodista mantendrá incólume su moral?
Al entrar a un nuevo siglo vemos ya una mayor predisposición a hipotecar lo que conocemos como periodismo independiente a los grandes intereses económicos, basada en la premisa de los expertos de mercadeo según la cual al público hay que darle lo que le gusta, o hacerle escuchar o ver lo que quiere, especialmente en el terreno deportivo, el filón que hace vender más a los periódicos y que tiene mayores patrocinadores en radio y televisión.
Por eso asistimos al florecimiento de los equipos periodísticos al servicio de clubs con dudoso apego a la imparcialidad. El mercado, según aquellos expertos, demuestra que el hincha enfrenta diariamente sus propias tragedias como para restregarle también en las narices el más reciente fracaso de su equipo favorito.
Entonces lo que hay que hacer, según esos mismos expertos, es sembrar nuevas ilusiones, abrir nuevas esperanzas. La derrota del último domingo es apenas un traspié. Hay otro encuentro a la vista, una nueva Copa Libertadores. Mercosur, Comebol, Supercopa, etc., etc.
Está ocurriendo que esos "periodistas" toman tan a pecho su trabajo para satisfacer al "marketing" que de pronto ni ellos mismos se dan cuenta que se han puesto la camiseta del club al que representan. Y ni qué decir cuando en los compromisos internacionales se envuelven con la bandera de su país exacerbando ese nacionalismo malsano que ha traído consigo a lo largo y ancho del mundo esa cadena de muertos y heridos.
En Estados Unidos es común que los equipos de football, baloncesto, béisbol y fútbol tengan sus propios equipos de radio y televisión sin que, en términos generales, la imparcialidad haya sufrido menoscabo, algo que no está ocurriendo en América Latina donde se extiende cada vez más la moda.
En casos extremos se está llegando al "periodismo taurino" en la que empresarios inescrupulosos quieren que "su" periodista hable "sólo" lo que conviene a sus intereses.
Anecdótico es el caso del empresario Rafito Cedeño que en los años 70 manejaba casi todo el negocio boxístico en Venezuela. Según Cedeño, el venezolano Luis "Lumumba" Estaba debía reinar entre los campeones mundiales del peso minimosca por siempre jamás y por tanto "sus" periodistas debían ensalzar los grandes merecimientos del púgil, a pesar de las limitaciones que le imponían sus 38 años a cuestas.
Tan ridículo resultó todo esto que una noche en que Estaba exponía su cetro ante el mexicano Miguel Canto, sonaba a risa que el relator de Cedeño se esforzara en hacernos ver una pelea que no se deba en la realidad: "Izquierda de Lumumba, derecha de Lumumba. Lumumba está entero. Lumumba domina la pelea... ¡Epa!; ¿Qué pasó? ¡Se cayó Lumumba! Noqueado Lumumba..." terminó el hombre su relato.
Y no solamente los empresarios están contratando cada vez más a "sus" periodistas, sino los dirigentes en lo que parece una onda epidémica. Con motivo de la última Copa América, la Federación Boliviana de Fútbol admitió haber pagado pasajes, viáticos y estadía a dos periodistas.
Obviamente estos periodistas no advirtieron que la delegación oficial de 35 personas fue abusivamente abultada a 65 y tampoco se enteraron de algunos asuntillos como el de los tres jugadores que se recogieron bastante entrada la madrugada tras el empate sin goles contra Paraguay.
En materia política la "imparcialidad periodística" está haciéndose más rara. Muchos de los "imparciales" de hoy son los que aparecen más tarde como funcionarios públicos.
En otros casos la imparcialidad se ha desvirtuado por el denominado periodismo militante en tanto y cuanto se apoya una causa que, a juicio del periodista, es la correcta. Se sostiene con cierta lógica, como afirmaba el argentino Jorge R. Massetti, fundador de Prensa Latina: "somos objetivos, pero no imparciales. Consideramos que es una cobardía ser imparcial, porque no se puede ser imparcial entre el bien y el mal".
Digo cierta lógica, porque si bien no se puede ser imparcial entre el bien y el mal, tampoco es el periodista quien debe imponer a su lector, su radio-oyente o televidente, una manera de pensar, y una manera de actuar.
Esto es tan aborrecible, como la pretensión del empresario, del promotor, o el dirigente de contratar periodistas que escriban sólo lo que les interesa, con un gran perdedor: el periodismo honesto.
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