A esta altura del año se hace sentir el acumulo del cansancio como también uno se percibe con un bajo nivel de tolerancia. No obstante, el cambio de clima y las próximas vacaciones levantan el ánimo. Además, está la Navidad, una fiesta que ya tiene una tradición de dos mil años, que también consuela el alma. Se dice que durante las dos Guerras Mundiales hubo un pacto implícito de no agresividad entre los dos bandos. Navidad es tiempo de paz y de alegría, y esta percepción ha calado hondo en la cultura occidental.
Lamentablemente, esta fiesta hogareña puede transformarse en una fuente de tensión y angustia, porque algunos se preguntan: ¿Cuánto cuesta la Navidad? No deja de ser una pena que se tiende a asociar la Navidad con el costo de los regalos, porque de esta manera se reduce (y se degenera) la amistad y el amor a cantidades monetarias. Éstos no se compran. Por el contrario, los regalos son expresión de ellos, pero simple expresiones simbólicas que de ninguna manera deberían cuantificar lo incuantificable. ¡La amistad y el amor no tienen precio! y si lo tuvieran dejarían de ser lo que son.
La verdad es que el origen de la fiesta de Navidad es cristiano. Se celebra a un Dios que se regaló a sí mismo a la humanidad. Y lo hizo de manera tan sencilla y tan humilde. No nació en la capital del imperio sino en un pueblo perdido. Hasta los pastores tuvieron que ser guíados, si no se hubieran perdidos. Dios entra a la historia por la puerta trasera de la humanidad. ¿Por qué? Es que el auténtico amor no es un espectáculo, tampoco busca aplausos. El amor se entrega no más. Así, al entrar por la puerta trasera, Dios abarca a toda la humanidad desde aquellos que se encuentran excluidos de ella.
Navidad no se puede identificar con los regalos sino con el regalarse, el darse al otro. Ciertamente resulta más fácil dar algo, pero es más comprometedor darse a uno mismo. El amor tiene diversas expresiones y, no cabe duda, que el regalar es una de ellas. Pero un regalo no puede justificar una ausencia durante el curso de todo el año, ni se puede comprar el cariño de los hijos como tampoco el de los amigos. Quizás el mejor don navideño sería regalar tiempo, un tiempo gratuito a la familia, un simple estar y gozar de lo más importante que uno tiene en la vida.
Volviendo a sus raíces cristianas, la Navidad no es tanto una ocasión para moralizar cuanto un hacer memoria de un hecho histórico para celebrar y contemplar. El Creador se enamora de su creatura y asume plenamente la fragilidad humana para liberar desde la propia historia a una humanidad que piensa tener distintos y mejores planes. Navidad es la celebración de la sencillez, la contemplación de la gratuidad, el asombro frente a un Dios que se hace débil por amor.
La Navidad es la fiesta del niño Dios, Jesús de Nazaret, que hasta el día de hoy busca un pesebre, un espacio, en cada uno de nosotros. Con profundo respeto, golpea a nuestra puerta y espera nuestra respuesta. ¿Aún vive el niño en cada uno de nosotros? ¿Aún caben los sueños en nuestras vidas? ¿Aún anhelamos una sociedad justa donde caben todos, donde todos tengan una oportunidad? La respuesta depende de cada uno de nosotros.
Tony MifsudSacerdote jesuita
No hay comentarios:
Publicar un comentario