Creo que fue la mejor fiesta de San Juan que tuve en mi
vida…fue cuando tendría yo diez u once años. Como acostumbrábamos por aquellos
años, durante las vacaciones de invierno, marchaba toda la familia a la hacienda
de mis abuelos en el lago Titicaca, a la querida isla de Taquiri. Esta vez que
cuento, la fecha de las vacaciones coincidió con la fiesta de San Juan, y allí
tuve la oportunidad de vivir una de las experiencias más inolvidables…
Al atardecer del día 23 antes de que el sol se ocultara,
empezaron a aparecer fogatas en distintos puntos de la isla y fue el momento en
que los abuelos ordenaron hacer la nuestra. Nos ubicamos a la salida de la
cocina de la vivienda de los abuelos y allí encendimos una pequeña fogata. No
hubo necesidad de traer leña u otro combustible ya que en ese lugar se
almacenaba la leña que se utilizaba en el fogón de la cocina para cocer los
alimentos diarios. Yo siempre pensé que en el campo se encendían grandes fogatas
y allí tuve la oportunidad de darme cuenta que no era así. Los fuegos encendidos
eran como para sentarse alrededor y disfrutar de las charlas y cuentos de los
mayores, y todos lo hacían así; una pequeña fogata que servía para calentarse un
poco y compartir con la familia. Cuando todos estábamos ya reunidos se
sirvieron unos jarros de sucumbé aprovechando la materia prima que allí
abundaba: huevos y leche. Luego los mayores comenzaron a contar historias,
cuentos y anécdotas tan divertidas que incluso los más chicos como yo
demostrábamos gran interés y nos manteníamos quietos escuchando las historias.
Creo que estuvimos reunidos unas dos o tres horas hasta que la fogata comenzó a
apagarse. Pude notar que en los distintos puntos donde se encendió fuego,
sucedía lo mismo. Para las nueve de la noche ya todas las fogatas se habían
apagado.
Yo me preguntaba porque allí donde había tanta leña para quemar
se hacían fogatas tan pequeñas y de poca duración; y no como en la ciudad donde
las fogatas eran grandes y duraban hasta el amanecer. Tiempo después comprendí
que aquella gente del campo, tenía más conciencia de la naturaleza que nosotros
los supuestamente intelectuales de ciudad, que derrochábamos nuestra leña y
nuestro tiempo, sin importarnos el daño que le hacíamos a la naturaleza.
A la mañana siguiente mi padre me hizo despertar temprano,
cuando aún no se había levantado el sol y me llevó a las orillas del lago. Allí
pude observar que los campesinos ya estaban reunidos y procedían a esperar a que
salieran los primeros rayos del sol para introducirse en las gélidas aguas del
lago y tomar un baño de purificación del cuerpo. Hombres, mujeres y niños
seguían esta ceremonia respetuosamente, entraban a las aguas vestidos hasta que
estas les llegaban hasta el pecho y luego sumergían la cabeza tres veces en las
aguas. Luego salían lentamente y se secaban con los primeros rayos de sol. Para
nosotros los citadinos hacer esto era un resfrío seguro…para los campesinos
no…por algo es la raza de bronce de nuestra patria. Terminada la ceremonia se
reunieron en pequeños grupos familiares a servirse un frugal “apthapi” y luego
comenzar con sus labores diarias.
Fue una gran lección para mi, y hoy la recuerdo con un gran
cariño y una enorme nostalgia…quizás pronto pueda volver a vivir un San Juan,
allá en el campo y mejor si es en mi querida isla de Taquiri…
Nota.- (La foto corresponde a la isla de Taquiri
en el lugar donde está el cementerio y una pequeña parroquia.)
JEAC.
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