Cuenta la leyenda que en aquel lejano lugar vivía
un bruja mala, de las de medias de rayas y verrugas en la nariz; la bruja mala
del "es que".
Cuando los niños que allí vivían cumplían su
primer año eran visitados por la bruja mala del "es que", quien les regalaba un
inmenso saco lleno de "es que"s de todas las formas y colores, listos para
utilizar a lo largo de toda su vida. Cada saco que los niños recibían contenía
"es que"s grandes y pequeños, "es que"s enrevesados y "es que"s sencillos,
oscuros y brillantes, "es que"s musicales, graves y agudos,...
A partir de ese día, los niños aprendían a colocar
cada mañana varios "es que"s en su mochila o en sus bolsillos, y no dudaban en
sacarlos y mostrarlos cada vez que necesitaban justificar su
comportamiento.
Los "es que"s eran inagotables, incluso parecían
multiplicarse a medida que los años pasaban y, ya adultos, aquellos que en su
día fueron niños, seguían llenándose los bolsillos con varios "es que"s cada
día.
Todos estaban contentos de poseerlos, ya que
resultaban muy valiosos a la hora de encontrar excusas externas que les libraran
de temas complejos, comprometidos o que requerían algún tipo de
esfuerzo.
De este modo, los niños iban creciendo en su
cómodo afán de buscar razones ajenas para sus propias acciones
.
Pero quiso el destino que un día ocurriera algo
inesperado. El día que el pequeño "Voy a" cumplía su primer año, la bruja mala
del "es que" cayó enferma y no pudo llevarle su regalo porque "es que" estaba en
la cama con fiebre!!
Y así fue como "Voy a" no recibió su preciado
regalo de cumpleaños y tuvo que desenvolverse en la vida sin su saco de "es
que"s.
"Voy a" era un niño peculiar, un tanto extraño
diría yo. ¡Tenía la mala costumbre de hacer preguntas! Y no preguntas
corrientes, no, hacía preguntas consumidoras de "es que"s. Un día, por ejemplo,
se encontró con un compañero de clase que lloraba sentado en un
escalón:
- ¿Qué te ocurre? - le preguntó "Voy
a".
- "Es que" me han puesto un cero en la redacción -
contestó el niño entre sollozos.
- ¿Cómo ha sido eso?
- "Es que" no la entregué.
- ¿Qué pasó para que no la entregaras?
- "Es que" mi perro se puso a jugar y sin darse
cuenta, la destrozó.
- ¿Quieres decir que tu perro destrozó tu
redacción, no la entregaste, te han puesto un cero y ahora lloras?
Además de preguntar, a "Voy a" le gustaba resumir,
aunque cuando resumía de esta manera, los niños se sentían
incómodos...
- Sí, "es que"....- el niño rebuscó en sus
bolsillos, ansioso por encontrar el "es que" adecuado. Pero antes de que
pudiera encontrarlo, "Voy a" lanzó su última pregunta, aquella con la que solía
acabar las conversaciones...
- Y, ¿qué vas a hacer?
El niño sintió una punzada en el pecho, como si se
ahogara. Abrió su mochila y revolvió ansioso su interior en busca de un "es que"
que poder utilizar. Al fondo, debajo del estuche, encontró un "es que"
pequeñito..
- "Es que" no me entiendes - respondió rápidamente
y salió corriendo, no fuera a ser que "Voy a" le siguiera
preguntando.
Este tipo de episodio se repetía con cierta
frecuencia. Los niños procuraban meter cada día más "es que"s en su mochila
pero, al final del día, tras una breve conversación con "Voy a", tan sólo
quedaba el recuerdo del eco en su interior.
Los "es que"s se agotaban tan rápidamente que los
niños y mayores del lugar comenzaron a usarlos cada vez con menos frecuencia,
temiendo que se les acabaran.
La bruja mala del "es que", verde de rabia y
amarilla de envidia, al ver que su poder iba disminuyendo día a día bajo las
demoledoras preguntas de "Voy a" decidió presentarse ante él con un gran saco de
"es que"s, los más lujosos y brillantes que tenía, dispuesta a
regalárselos.
- ¿Qué quieres? - preguntó "Voy a" al verla llegar
tan cargada.
- "Es que" no pude hacerte tu regalo el día de tu
primer cumpleaños.
- Gracias, no importa - contestó "Voy a" con
amabilidad.
- "Es que" tenía que habértelo dado pero "es que"
estaba enferma. "Es que" hacía frío y no me abrigué lo suficiente. Sé que
debería haberme abrigado pero "es que" estaba entretenida y no me di cuenta. "Es
que" no me acordaba de que era tu cumpleaños ese día porque suelo anotarlo pero
"es que" no encontraba el lápiz y lo dejé para más tarde.. - la bruja continuó
dando explicaciones inconexas, usando "es que" tras "es que" hasta que, sin
darse apenas cuenta, el saco que traía como presente para "Voy a", fue
disminuyendo de tamaño.
"Voy a" estaba atento, escuchando cada una de sus
palabras, mirándola con sus profundos ojos negros. La voz de la bruja se iba
haciendo cada vez más y más aguda y su cuerpo parecía ir menguando a medida que
los "es que"s de su saco iban saliendo para desvanecerse en el aire.
Finalmente, con voz serena pero firme y una dulce
sonrisa en su cara, "Voy a" le dijo:
- No necesito tus "es que"s, bruja. He aprendido a
asumir mis propias responsabilidades. Sé que hay cosas que no dependen de mí y
las asumo, pero siempre encuentro algo que yo puedo hacer que sí depende
enteramente de mí. Me siento feliz de controlar mi propia vida, de tomar mis
propias decisiones y de asumir las consecuencias de mis acciones. Y tú, ¿qué vas
a hacer?
Nadie sabe a ciencia cierta qué ocurrió entonces.
Algunos hablan de una fuerte tormenta que levantó a la bruja por los aires y se
la llevó a otro lugar aún mucho más lejano. Otros dicen que se derritió quedando
en el suelo, a los pies del niño, tan sólo sus medias de rayas y que por eso
desde entonces puede verse dibujado un paso de cebra en ese mismo lugar. Lo
cierto es que nunca más se supo de la bruja mala del "es que" y que, a partir de
entonces, los niños que allí nacían no volvieron a recibir su preciado regalo en
el día de su primer cumpleaños.
"Voy a" fue, poco a poco y a través de sus
preguntas acabando con todos los "es que"s que aún quedaban. Y dedicó su vida a
hacer que los habitantes de aquel lejano lugar aprendieran a tomar conciencia de
su propia realidad, buscaran nuevas opciones y asumieran la responsabilidad de
sus propios comportamientos.
Y tú, ¿qué vas a hacer?
Gema Sancho – Psicologa Española
Publicado por JEAC.