A raíz de escuchar al señor Helios
Herrera en un vídeo, me he puesto a pensar en lo que explica.
¿Cuántos años tiene usted? –pregunta- y las personas responden, según es costumbre, el número de años que han trascurrido desde que nacieron hasta la actualidad.
- Tengo veinte años, cuarenta años, sesenta y tres años…
- No. Usted no tiene esos años. Esos son los que YA NO TIENE -dice.
A veces, es conveniente que alguien te haga ver lo que crees que estás viendo, pero que lo estás viendo sin darte cuenta. O que te digan lo mismo con otras palabras u otro enfoque para que lo veas bien.
Los años transcurridos son los que ya pasamos, los que se terminaron, los que no volverán, los que se han restado de nuestra vida.
Y el consumo y la suma son imparables. Cada segundo que pasa va engordando los años que no tenemos, y nos va dejando menos por disfrutar y vivir.
Conozco varias personas que cuando leen la prensa lo primero que miran es la página donde aparecen las esquelas de los fallecimientos del día anterior, y la ojean con curiosidad pero sin reflexión.
Esas personas difuntas ya no viven, ya acabaron su oportunidad de disfrutar de la vida.
Nosotros aún seguimos, pero… ¿somos conscientes de que estamos vivos, estamos en la vida, podemos vivir?
Los años transcurridos son físicamente irrecuperables, aunque nos queden los recuerdos y las enseñanzas, pero lo importante es el ahora continuo que es la vida, el ahora que va consumiendo poco a poco lo que teníamos reservado en el almacén que llamamos futuro.
Cada segundo que pasa es un segundo menos que nos queda.
Somos capaces de coser el cojín roto porque pierde el relleno; somos capaces de arreglar el grifo que pierde gotas de agua; somos capaces de ponernos a buscar cualquier objeto que hayamos perdido, aunque sea tan simple como un alfiler, pero… ese perder continuamente los segundos… ¿lo solucionamos?
Sí, ya lo sé, la vida va a pasar y se va a gastar de todos modos, pero eso no es lo mismo vivirla que “perderla”.
Perderla es desatenderla, o no sacarle todo el jugo, o no hacer de ella un sitio digno y confortable en el que estar mientras dure, o no responsabilizarse conscientemente de ella.
Quizás deberíamos cambiar la pregunta de “¿Cuántos años tienes?” por la de “¿Cuántos años te quedan por vivir?”.
Nos podemos sorprender con la respuesta.
Quizás deberíamos dedicarle un tiempo a esta cuestión y hacer algo.
Lo que cada uno decida hacer.
Te dejo con tus reflexiones…
¿Cuántos años tiene usted? –pregunta- y las personas responden, según es costumbre, el número de años que han trascurrido desde que nacieron hasta la actualidad.
- Tengo veinte años, cuarenta años, sesenta y tres años…
- No. Usted no tiene esos años. Esos son los que YA NO TIENE -dice.
A veces, es conveniente que alguien te haga ver lo que crees que estás viendo, pero que lo estás viendo sin darte cuenta. O que te digan lo mismo con otras palabras u otro enfoque para que lo veas bien.
Los años transcurridos son los que ya pasamos, los que se terminaron, los que no volverán, los que se han restado de nuestra vida.
Y el consumo y la suma son imparables. Cada segundo que pasa va engordando los años que no tenemos, y nos va dejando menos por disfrutar y vivir.
Conozco varias personas que cuando leen la prensa lo primero que miran es la página donde aparecen las esquelas de los fallecimientos del día anterior, y la ojean con curiosidad pero sin reflexión.
Esas personas difuntas ya no viven, ya acabaron su oportunidad de disfrutar de la vida.
Nosotros aún seguimos, pero… ¿somos conscientes de que estamos vivos, estamos en la vida, podemos vivir?
Los años transcurridos son físicamente irrecuperables, aunque nos queden los recuerdos y las enseñanzas, pero lo importante es el ahora continuo que es la vida, el ahora que va consumiendo poco a poco lo que teníamos reservado en el almacén que llamamos futuro.
Cada segundo que pasa es un segundo menos que nos queda.
Somos capaces de coser el cojín roto porque pierde el relleno; somos capaces de arreglar el grifo que pierde gotas de agua; somos capaces de ponernos a buscar cualquier objeto que hayamos perdido, aunque sea tan simple como un alfiler, pero… ese perder continuamente los segundos… ¿lo solucionamos?
Sí, ya lo sé, la vida va a pasar y se va a gastar de todos modos, pero eso no es lo mismo vivirla que “perderla”.
Perderla es desatenderla, o no sacarle todo el jugo, o no hacer de ella un sitio digno y confortable en el que estar mientras dure, o no responsabilizarse conscientemente de ella.
Quizás deberíamos cambiar la pregunta de “¿Cuántos años tienes?” por la de “¿Cuántos años te quedan por vivir?”.
Nos podemos sorprender con la respuesta.
Quizás deberíamos dedicarle un tiempo a esta cuestión y hacer algo.
Lo que cada uno decida hacer.
Te dejo con tus reflexiones…
Tomado de la web.
Publicado por JEAC.
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