Últimamente más y más personas sienten que el
tiempo se ha acelerado…especialmente los que no somos tan jóvenes.
Recuerdo
que en la niñez se nos hacía eterno el período que iba de un cumpleaños a otro o
de una navidad a otra. Y aun en la adolescencia se nos hacía largo llegar al
sábado para salir y encontrarnos con nuestro enamorado. Sin embargo, al
convertirnos en madres o padres, ya nos parecía que nuestros pequeños crecían
rápidamente.
Cuantos más compromisos y “deberíamos” tenemos…menos nos alcanza
es recurso precioso. Y paradójicamente, la sociedad nos ofrece dispositivos con
los que “ganar tiempo”, como aceleradores de voz de WhatsApp---una verdadera
falta de respeto a quien te habla serenamente o no, con una modalidad particular
y ofreciéndote ese regalo temporal.
En realidad, la aceleración del tiempo
que experimentamos se relaciona principalmente con nuestra percepción del mundo
que nos rodea y de nuestras experiencias y parece estar determinada en gran
medida por la cantidad de información que absorben y procesan nuestras mentes:
cuanta más información hay, más lento pasa el tiempo. Y hay muchos estudios al
respecto.
Pero cuando hablamos de “información” no nos referimos a la
información de los medios de comunicación repetida cientos de veces, sino a
información que se capta como “nueva, refrescante, inédita, interesante o
necesaria” …de la que no hay mucha en la aceleración mundana.
Si más
información “real” ralentiza el tiempo, quizás parte de la razón por la que el
tiempo pasa tan lento para los niños se debe a la enorme cantidad de información
perceptiva que reciben del mundo que los rodea. Los niños pequeños parecen vivir
en un mundo completamente diferente al de los adultos: uno mucho más intenso,
real, fascinante y hermoso. Esta es una de las razones por las que a menudo
recordamos la infancia como una época de felicidad, porque el mundo era un lugar
mucho más emocionante y hermoso para nosotros entonces, y todas nuestras
experiencias eran muy intensas.
Los niños están captando constantemente todo
tipo de detalles que pasan por alto los adultos: pequeñas grietas en las
ventanas, insectos arrastrándose por el suelo, patrones de luz solar en la
alfombra. E incluso las cosas a mayor escala que podemos ver les parecen más
reales, más brillantes, con más presencia. Toda esta información alarga el
tiempo para los niños.
Sin embargo, a medida que crecemos, perdemos esta
intensidad de percepción y el mundo se convierte en un lugar y familiar, tan
familiar que dejamos de prestarle atención. Después de todo, ¿por qué deberíamos
prestar atención a los edificios o calles por las que pasamos de camino al
trabajo? Hemos visto estas cosas miles de veces antes, y no son hermosas ni
fascinantes, son simplemente ... ordinarias. Como Wordsworth lo expresa en su
famoso poema "Intimaciones de la inmortalidad", la visión de la infancia que
permitió a todas las cosas "vestirse de luz celestial", comienza a "desvanecerse
en la luz del día común". Y es por eso que el tiempo se acelera para nosotros. A
medida que nos convertimos en adultos, comenzamos a desconectar la maravilla y
la esencia del mundo. Poco a poco dejamos de prestar atención consciente a
nuestro entorno y experiencia. Como resultado, recibimos menos información real,
renovada, interesante, y el tiempo parece pasar más rápido.
Perdemos el
interés, la capacidad de asombro, el encontrar algo nuevo aun en lo
cotidiano.
Y una vez que nos convertimos en adultos, hay un proceso de
familiarización progresiva que continúa a lo largo de nuestras vidas. Cuanto más
tiempo estamos vivos, más familiar se vuelve el mundo y el tiempo parece pasar
más rápido cada año.
Entonces, tengamos en cuenta que “el tiempo parece
ralentizarse cuando estamos expuestos a nuevos entornos y experiencias". Por lo
que, aun no pudiendo realizar viajes a lugares soñados o cambiar nuestra agenda
diaria…tendríamos que considerar el modo en que observamos todo.
Algo más
para tener en cuenta es que …"el tiempo pasa rápido en estados de
concentración". Nuestra atención se reduce a un pequeño foco y bloqueamos la
información de nuestro entorno y la concentración acalla el parloteo normal de
la mente.
El tiempo no tiene que acelerarse necesariamente a medida que
envejecemos. Hasta cierto punto, depende de cómo vivamos nuestras vidas y cómo
nos relacionamos con nuestras experiencias.
Dijimos que la falta de
familiaridad ralentiza el tiempo. Si queremos que el próximo año pase un poco
más lento, tenemos que traer una nueva experiencia a nuestra vida.
Los que
pueden: conocer o re-conocer nuevos lugares, establecer nuevos desafíos, conocer
gente nueva, abrazar un nuevo pasatiempo, cambiar de trabajo…pero esas cosas no
siempre son posibles, por lo que sí podemos VER TODO CON UNA MIRADA DISTINTA,
COMO SI TODO FUERA NUEVO, INTERESANTE, DIGNO DE SER OBSERVADO Y
CONSIDERADO.
Otra forma de ralentizar el tiempo es vivir en el presente. La
mayoría de nosotros pasamos mucho tiempo pensando en el futuro y el pasado en
lugar de prestar atención a lo que estamos haciendo en este momento. Cuando
caminamos hacia una tienda local o hacia la estación de metro, por ejemplo, en
lugar de pensar en lo que tenemos que hacer hoy o lo que hicimos anoche,
centremos la atención fuera. Miremos el cielo, las casas y los edificios por los
que pasamos, y seamos conscientes de nosotros mismos aquí, caminando entre
ellos. O cuando estamos comiendo: en lugar de leer el periódico o pensar o soñar
despiertos, prestemos mucha atención al sabor de la comida y las sensaciones de
masticar y tragar.
Prestar atención de esta manera alarga el tiempo
exactamente de la misma manera que una nueva experiencia: significa que nuestras
mentes absorben más impresiones.
También es importante no apresurarse. Suena
como una contradicción, pero hacer las cosas lentamente crea más tiempo, porque
nos permite relajarnos en el presente. El levantarnos 15 minutos antes para no
tener que apresurarnos a trabajar; darnos un par de noches libres cada semana, o
un día libre el fin de semana, cuando no nos sentimos presionado por las
actividades nos hará percibir el tiempo ralentizado.
Unas cuantas pausas al
día en silencio o en observación son “tiempo ganado”, no perdido.
Así que
esto es lo que me sugiero y sugiero…ver con la mirada de un niño cuanto pasa,
cuanto nos rodea, y si no podemos viajar o cambiar demasiado nuestra vida
cotidiana, sí podemos cambiar de perspectiva viendo a cada persona como si
recién la estuviéramos conociendo y a cada experiencia como inédita. Eso nos
llevará a vivir más profundamente cada instante.
Al mismo tiempo, tomemos la
determinación de dejar de vivir en el futuro y el pasado, y de prestar plena
atención a dónde nos encontramos y lo que estamos haciendo.
Al fin y al
cabo, correr sin prestar atención, perdernos en la línea del tiempo y olvidar
detenernos a vivir en profundidad…son las causas de un insatisfecho pero veloz
viaje humano, que vale la pena disfrutar… sea como sea.
Tomado sin permiso del blog de
Tahita.
Publicado por JEAC.