Durante los últimos días del pasado 2009, tuve la oportunidad de viajar al santuario de Copacabana allá en nuestro sagrado lago Titicaca. Retorné después de once años de ausencia, todo el tiempo que estuve alejado de La Paz durante mi estancia en Tarija y Cochabamba.
Fue como volver al pasado: la misma gran emoción a la llegada al divisar desde la cumbre el hermoso pueblo a orillas del cerro del Calvario y el hermosísimo fondo azul que otorga el lago. El corazón oprimido y las lágrimas a flor de piel al caer de rodillas ante la sagrada imagen de la virgencita del lago, patrona de nuestra nación. El aire fresco con la brisa del lago entrando en los pulmones y purificando el oxígeno del cuerpo. Los ojos que buscan lugares conocidos que ya no están y que han sido cambiados por la rueda del progreso. Los viejos lugares que se mantienen y que al verlos traen a la mente un cúmulo de recuerdos que parecían estar ya olvidados.
Recordé los tiempos en que la peregrinación al santuario en caminata era un deber de todos los años, cuando las ansias de aventura y de emociones y alguna promesa hecha a la virgencita nos llevaba todos los años a Copacabana. Puede que el progreso esté llegando al pueblo y que muchas cosas estén cambiando, pero la esencia de Copacabana no cambiará. Espero que este año pueda visitar nuevamente mi querido santuario y pueda quedarme varios días para gozar de esa paz que solamente este lugar da.
Al retornar se me vino a la memoria una vieja canción que más o menos dice:
A tus plantas yo me rindo
con toda devoción
virgen de Copacabana
patrona de mi nación
Y si lejos de ti...
yo me encuentro otra vez,
no dejes que yo me muera
sin volverte a ver...
no dejes que yo me muera
sin volverte a ver...
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