Tengo que admitirlo sin dobleces: ¡Yo creo en el amor!
Tengo
que decirlo con toda claridad: ¡Estoy enamorado!
Pues si, creo sin dobleces
en el amor y estoy con rotunda claridad enamorado.
Estoy enamorado de la luz
blanca, azul, amarilla, que besa nuestros campos, acaricia nuestros rostros,
ilumina nuestras oscuridades, alivia nuestras penas. La luz que ciega las aguas
tranquilas de nuestras playas, que alegra los prados de las montañas, que se
filtra mágicamente entre las ramas de nuestros árboles.
Yo creo firmemente en
el amor y lo veo realizado en numerosos esposos que se quieren con locura, en
aguerridos hombres y mujeres que venciendo toda forma de egoísmo y trivialidad
se entregan decididamente al servicio de los demás, en jóvenes generosos que
viven apasionadamente una increíble aventura de donación.
Estoy enamorado de
la gente, de nuestra buena gente: trabajadora, llena de amor, ilusionada, capaz
de las mejores aventuras. Me gusta la gente, dialogante, acogedora, que tiene
siempre abiertas las puertas del corazón, y que continúa adelante con la inmensa
ilusión de seguir haciendo comunidad.
Yo creo en el amor y estoy convencido
de que, gracias a el, los niños pueden seguir jugando con las estrellas, y los
viejecitos son capaces de seguir soñando en caricias y besos, y continúan
repitiéndose maravillosos encuentros amistosos, y vuelven a llover raudales de
afectos entrañables y el cielo comienza a romper cada amanecer un estallido de
esperanzas.
Estoy enamorado, de las amapolas, humildes, rojas; de los
claveles, blancos y encendidos; de las rosas, enamoradas y enamoradoras; del
trigo, que se divierte ya en nuestros campos; de las viñas, que despuntan con la
esperanza de ofrecernos sus vinos; de los arboles frutales, que dibujan en sus
ramas la esperanza de un fruto sabroso.
Yo creo en el amor y gozo nadando en
sus aguas, emborrachándome en sus bodegas, perdiéndome en sus entrañas con la
seguridad de que, al final, todo será gozosa alegría y desbordante
felicidad.
Estoy enamorado de las tinieblas porque ellas inspiran ideas mas
sublimes que la luz. Agradan, atraen, entusiasman porque me permiten entrar
dentro de mi mismo.
Yo creo en el amor y lo veo dibujado en dulces miradas,
en cálidos abrazos, en besos acogedores, en sacrificios de oro, en entregas sin
egoísmos, en vidas sin amarguras ni depresiones.
Estoy enamorado de nuestros
pueblos y de nuestras ciudades: de sus monumentos, de sus iglesias, de su gente
sencilla y de sus niños juguetones, de la gracia inacabable de nuestros
viejecitos, de la grácil figura de nuestras mujeres, de la ilusión de los niños
que desean que la vida sea una fiesta.
Yo creo en el amor y lo siento cada
mañana, porque se viste de mañana luminosa, porque se calza con el verdor
delicado de los campos, porque se adorna con la luz cegadora de mil soles de
felicidad. Entra delicadamente, sigilosamente, respetuosamente, en mis moradas y
las llena de fuego y calor y convierte mi existencia en un quehacer de
entrañables resonancias.
Estoy enamorado de mi pueblo: que vive, sueña y
canta. Que se abre camino en medio de dificultades económicas; que va labrando
amorosamente el mantel de la democracia; que defiende con pasión los dominios de
su libertad; que se da la mano para seguir progresando; que va dejando poco a
poco dominios del egoísmo para abrirse a los cielos sugerentes de la comunidad;
que siembra todavía las semillas de la ilusión en el corazón de los niños y los
prados de serenidad en el alma de nuestros ancianos.
Yo creo en el amor
porque se viste de amigo fiel, como pisa el suelo de mis sueños, como llega en
los brazos de Dios en mi oración matinal, como me anuncia al atardecer que mi
vida tiene un formidable sentido.
Estoy enamorado de la elocuencia del
viento, de la melodía delicada de la brisa, del discurrir de los arroyos, del
murmullo de las cañas, porque ellos despiertan en mí una danza de emociones
maravillosas.
“Yo creo en el amor porque es lo mas profundo y verdadero de
la vida; gracias a el, únicamente, se soluciona cualquier enigma en el mundo”.
(Albert Moser)
Yo estoy y he quedado enamorado “de igual modo que una vela
enciende a otra, y así llegan a brillar millares de ellas; así como enciende un
corazón a otro, y se iluminan miles de corazones” (Tolstoi)
Yo creo en el
amor y me duele que haya astutos mercaderes de pasiones humanas que intentan
romper el equilibrio emocional de seres indefensos; quiero sentir en mi alma los
dardos encendidos de un amor que nunca muere, porque pienso que la vida sigue
siendo, venturosamente, una apasionante aventura de felicidad.
Estoy
enamorado y se que estar enamorado no es pecado, no puede ser pecado, sino que,
precisamente, lo es no estarlo. Es el mejor premio a nuestra hermosa condición
de ser hombres, hombres felices, hombres que quieren soñar, vivir y cantar con
ilusión y con gozo.
Yo creo, he creído y creeré en el amor, porque no es
“algo” sino “Alguien”, porque solo El sabe pasar la frontera de la muerte y
superar las barreras del tiempo y la distancia, porque es mas fuerte que el
dolor y mas intenso que las lagrimas, porque es capaz de vencer dificultades y
contratiempos, porque permanece cuando todos se han alejado; porque sin el, la
vida seria como una noche sin aurora, un túnel oscuro, sin final, una jornada
sin descanso, una esperanza sin futuro…porque necesito, en fin, tenerlo en mi
camino, disfrutarlo en mi alma, proyectarlo en mis acciones, dormirme en sus
brazos. Solamente así puedo ser feliz.
Yo estoy enamorado de una
mujer y en ella veo a todas las mujeres, a las que han sido y a las que serán, a
las que son puertas del mundo y del Universo, co-creadoras de un mundo que
requiere ser recreado a cada instante, cada día. Y porque ella me ha humanizado
engendrándome a la miel de la ternura y en sus ojos tengo un inexplicablemente
misterioso indicio y atisbo de Dios, que en ella se hace carne y sangre,
actualidad de mi vida.
Yo creo en el amor, porque es real, lo palpo, lo
siento, puedo tocarlo. Porque a menudo llama delicadamente en mi puerta, me
ofrece el néctar de su ambrosia, acaricia mis dudas, alimenta mis pesares,
levanta mis decaimientos y me sugiere cielos nuevos de dicha inacabable.
Gregorio Mateu.
JEAC.