La vida no es un derecho, la vida es un don. Y el don, la
gracia o lo gratuito, no es consecuencia de ningún derecho, sino del amor. Por
eso, lo que contraría al amor, se opone a la vida. El odio pone fin a la vida y
siembra la muerte. El egoísmo asfixia la vida, la interrumpe y desertiza la
tierra fecunda y fecundada.
La vida nace del amor, ésa es su raíz, que no el derecho.
Tampoco la muerte es un derecho, aunque habrá que reconocer el derecho a morir
para descalificar tantas ansias de matar. También la muerte es un don. Pero,
entiéndase bien, es un don, porque es una nueva vida, no porque sea fin de la
vida. Aunque en el acotado campo de nuestra experiencia la muerte aparezca como
fin de esta vida -no de la vida, sino de ésta- o, mejor dicho, de esta forma de
vivir. Lo que supone un alivio para la inmensa mayoría de la humanidad,
mortificada hasta el extremo por las pretensiones de los científicos, de los
técnicos, de los políticos... o sea, de los poderosos.
Debería bastarnos el testimonio perenne de la naturaleza no
humana, que muere cada invierno y resucita cada pascua florida, para entender
que la vida no termina, se transforma. (...).
La fe cristiana es fe en la vida, porque es fe en Jesús que
vive. Ciertamente pasó por la experiencia de la muerte, para desvelarnos su
misterio y la esperanza, pero resucitó y vive para siempre. Así lo han
atestiguado los que lo vieron vivo antes y después del tránsito de la muerte. Y
así lo ha guardado celosamente y lo ha transmitido durante siglos la Iglesia.
Así lo confesamos y proclamamos los cristianos: creemos en la resurrección,
creemos en la vida sin fin. No sólo en la vida que esperamos como un don
póstumo, sino en el don de la vida que ya poseemos y disfrutamos y reclamamos
para nosotros y para todos los hombres.
Por eso creer en la resurrección es apostar por la vida frente
a la muerte y a los sistemas que recurren a la muerte como solución o
justificación de cualesquiera intereses. Y en esta apuesta nos hemos
comprometido con la vida, como don, para hacerla posible, para favorecerla en
todos y en todo, para defenderla en todos los niveles, para colmarla de
sentido, para humanizarla, sin domesticarla ni degradarla, hasta descubrir en
ella y por ella al verdadero dador del multiforme y siempre sorprendente don de
la vida.
Publicado por JEAC.
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