Esta pasada noche fue la noche de la luz. El Cirio Pascual lo
presidía todo. En medio de las tinieblas de la noche, la comunidad entera
encendía sus velas como símbolo de encender sus vidas en la vida nueva del
Resucitado. Por eso desde ahora todos estamos llamados a ser luz pascual del
Resucitado.
Pero además es la fiesta de la Vida. El grito pascual que se
escucha en todas las apariciones es: está vivo. Por tanto, ha “resucitado”. No
está muerto, no está en el sepulcro sino que vive. En realidad, es el grito de
cada uno de nosotros: queremos vivir. Aquí tiene sentido lo que escribía
Unamuno, a pesar de su incredulidad creyente: “No quiero morirme, no, no, no
quiero ni puedo morirme; quiero vivir siempre, siempre, siempre, y vivir yo,
este pobre yo que soy y me siento ser ahora y aquí.”
Tal vez nosotros no lo digamos con ese sentido trágico de
Unamuno, pero tenemos que reconocer que todos queremos vivir y que todos tenemos
miedo a la muerte. Por eso la Pascua es la gran palabra de Dios a cuantos
estamos amenazados de muerte, para decirnos que también estamos amenazados de
vida. Sabemos que todos hemos de morir. Pero, como creyentes, también sabemos
que tenemos que resucitar.
La muerte no es la interrupción de la vida, algo así como si
morimos luego Dios después de un tiempo, nos regalase otra vida. No, sino que la
muerte nos ofrece las condiciones para que la verdadera vida siga sin que exista
ese vacío entre muerte y vida. Es nuestra vida que se transforma en nueva
vida.
Esa fue la experiencia de Jesús y esa es nuestra experiencia.
La mañana del Domingo de Pascua, todos acudían al sepulcro a ver al muerto y el
sepulcro estaba vacío. Sólo quedaba lo que no puede resucitar, las vendas y el
sudario, pero él no estaba. Es posible que nuestros sentimientos humanos acudan
también al sepulcro “donde le pusieron” y también nosotros nos encontremos con
las vendas, los restos mortales, porque también nuestro ser querido ha
resucitado.
La Pascua no es solo el gozo y la alegría de Jesús resucitado,
es el gozo y la alegría y la gozosa esperanza de nuestra resurrección, de
nuestro paso de la muerte a la muerte a la vida. La Pascua es la fiesta de que
todo lo que había de muerte en nosotros ha pasado ahora a la vida. Por eso, en
este día no solo podemos decir “ha resucitado, no está aquí”, sino que también
tendremos que decir: “Hemos resucitado, no estamos aquí.” No estamos donde
estábamos sino que todo en nosotros es vida. No somos lo que éramos, somos
iguales que Él, nuevos.
Tomado de la web.
Publicado por JEAC.
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