"Cada cierto tiempo el equilibrio social se rompe
a favor de la mediocridad.
El ambiente se torna refractario a todo afán de
perfección, los ideales se debilitan y la dignidad se ausenta; los hombres
acomodaticios tienen su primavera florida.
Los gobernantes no crean ese
estado de cosas; lo representan.
El mediocre ignora el justo medio, nunca hace un
juicio sobre si, desconoce la autocrítica, está condenado a permanecer en su
módico refugio.
El mediocre rechaza el diálogo, no se atreve a
confrontar, con el que piensa distinto.
Es fundamentalmente inseguro y busca excusas que
siempre se apoyan en la descalificación del otro. Carece de coraje para expresar
o debatir públicamente sus ideas, propósitos y proyectos.
Se comunica mediante el monólogo y el aplauso.
Esta actitud lo encierra en la convicción de que
él posee la verdad, la luz, y su adversario el error, la oscuridad.
Los que piensan y actúan así integran una
comunidad enferma y más grave aún, la dirigen, o pretenden hacerlo.
El mediocre no logra liberarse de sus
resentimientos, viejísimo problema que siempre desnaturaliza a la Justicia.
No soporta las formas, las confunde con
formalidades, por lo cual desconoce la cortesía, que es una forma de respeto por
los demás.
Se siente libre de culpa y serena su conciencia si
disposiciones legales lo liberan de las sanciones por las faltas que ha
cometido.
La impunidad lo tranquiliza... Siempre hay
mediocres, son perennes. Lo que varía es su prestigio y su influencia.
Cuando se reemplaza lo cualitativo por lo
conveniente, el rebelde es igual al lacayo, porque los valores se acomodan a las
circunstancias.
Hay más presencias personales que proyectos. La
declinación de la “educación” y su confusión con “enseñanza” permiten una
sociedad sin ideales y sin cultura, lo que facilita la existencia de políticos
ignorantes y rapaces."
Tomado del libro “El hombre mediocre” de José
Ingenieros.
Publicado por JEAC.
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