Nuestras existencias son prodigiosas, engalanadas con incontables manifestaciones de amor que muchas veces nos han sido dispensadas sin que nos demos cuenta de su ocurrencia, de su valor y de su belleza, y tal vez sin haber cosechado méritos para recibirlas. Esas manifestaciones de amor posiblemente tengan muchos matices y cualidades; quizá nos hayan sido otorgadas de una manera velada y sutil, o quizás de un modo elocuente y efusivo. Representamos nuestro personaje en ambientes muy variados y contrastantes, mostrándonos muy opacos o muy luminosos en nuestras relaciones imprevisibles y accidentadas, que en muchas ocasiones atravesamos con sensatez y eficiencia y en muchas ocasiones con torpeza y precariedad. En esos miles de episodios de nuestra historia particular experimentamos eventos y relaciones plenos de gracia y de bondad, que son motivo de celebración para nosotros y para otros por su riqueza vivencial y por sus atributos. En justicia, no podemos relegarlos al olvido porque son nuestros regalos y nuestros tesoros y porque están llenos de vida, de ternura, de calidez, de exuberancia. Junto a otros protagonistas en esos guiones de la existencia hemos expresado nuestros sentimientos, nuestra generosidad, nuestra creatividad. Los hemos visto y nos han visto. Les hemos dado identidad y nos la han dado. Los hemos abrazado y hemos recibido su abrazo, que surgió espontáneamente, sin preámbulos artificiosos. Vamos quedando desperdigados en las acciones y relaciones que asumimos y esto deja huellas, sentimientos y emociones en la memoria de otros. Nos consumimos recorriendo los trayectos trazados en nuestra hoja de ruta. Nos volvemos pesados, lentos, torpes, Solo las acciones amorosas y afables nos rescatan del olvido.
Podemos hacer ceremonias para conmemorar nuestras realizaciones y las de quienes se han ido. Podemos celebrar la vida, rescatando anécdotas y sucesos, relatando venturas y desventuras, haciendo alarde de comprensión por los desaciertos y los errores cometidos. Podemos reconciliarnos y congraciarnos con otros por los defectos y omisiones propios de nuestra imperfecta condición humana. Podemos meditar sobre nuestras experiencias cumplidas con los seres que nos amaron y que nos dieron sus cuidados y atenciones; también podemos meditar sobre la vulnerabilidad y los temores comunes, sobre la ignorancia y la confusión de nuestras mentes, sobre las jornadas en que recorrimos nuestros senderos con ojos ciegos y pasos tambaleantes, sobre nuestra incertidumbre. Podemos agradecer los aprendizajes, el acompañamiento de los otros y sus acciones que nos redimieron, nos ensalzaron, nos reconfortaron - sus manos tendidas acogiéndonos, sus ojos reconociéndonos, sus oídos identificando nuestras voces y el significado de nuestras palabras, su comprensión cuando las palabras fueron insuficientes y vanas. Celebrar, meditar, agradecer, son las actitudes que nos animan como viajeros mientras recorremos nuestras jornadas que carecen de demarcación y de desenlaces previsibles. Cada uno eligió por donde ir y cada uno tiene los acompañantes que le son propicios.
Hugo Betancur (Colombia)
Publicado por JEAC.
No hay comentarios:
Publicar un comentario