Qué mejor que un fragmento de Cien años de Soledad y mejor si
habla del mítico Macondo, para recordar al gran Gabriel García Marquez y decir
que cada vez que alguién este leyendo alguna de sus novelas, “El Gabo” estará
vivo ý entre nosotros.
“José Arcadio Buendía, que era el hombre más emprendedor
que se vería jamás en la aldea, había dispuesto de tal modo la posición de las
casas, que desde todas podía llegarse al río y abastecerse de agua, con igual
esfuerzo, y trazó las calles con tan buen sentido que ninguna casa recibía más
sol que otra a la hora del calor. En pocos años, Macondo fue una aldea más
ordenada y laboriosa que cualquiera de las conocidas hasta entonces por sus 300
habitantes. Era en verdad una aldea feliz, donde nadie era mayor de
treinta años y donde nadie había muerto. (…).
La primera vez que llegó la tribu de Melquíades vendiendo
bolas de vidrio para el dolor de cabeza, todo el mundo se sorprendió de que
hubieran podido encontrar aquella aldea perdida en el sopor de la ciénaga, y los
gitanos confesaron que se habían orientado por el canto de los
pájaros.
Aquel espíritu de iniciativa social desapareció en poco tiempo, arrastrado por la fiebre de los imanes, los cálculos astronómicos, los sueños de transmutación y las ansias de conocer las maravillas del mundo. De emprendedor y limpio, José Arcadio Buendía se convirtió en un hombre de aspecto holgazán, descuidado en el vestir, con una barba salvaje que Úrsula lograba cuadrar a duras penas con un cuchillo de cocina. No faltó quien lo considerara víctima de algún extraño sortilegio.
Pero hasta los más convencidos de su locura abandonaron trabajo y familias para seguirlo, cuando se echó al hombro sus herramientas de desmontar y pidió el concurso de todos para abrir una trocha que pusiera a Macondo en contacto con los grandes inventos”. Cien años de Soledad (Editorial Sudamericana,1964)
Aquel espíritu de iniciativa social desapareció en poco tiempo, arrastrado por la fiebre de los imanes, los cálculos astronómicos, los sueños de transmutación y las ansias de conocer las maravillas del mundo. De emprendedor y limpio, José Arcadio Buendía se convirtió en un hombre de aspecto holgazán, descuidado en el vestir, con una barba salvaje que Úrsula lograba cuadrar a duras penas con un cuchillo de cocina. No faltó quien lo considerara víctima de algún extraño sortilegio.
Pero hasta los más convencidos de su locura abandonaron trabajo y familias para seguirlo, cuando se echó al hombro sus herramientas de desmontar y pidió el concurso de todos para abrir una trocha que pusiera a Macondo en contacto con los grandes inventos”. Cien años de Soledad (Editorial Sudamericana,1964)
La inspiración sobre Macondo le llegó a García Márquez cuando a
los 15 años volvió con su madre a Aracataca para vender la casa de sus abuelos y
ahí vivenció el contraste entre las imágenes idealizadas de su infancia y la
realidad de un pueblo que le resultó triste y quedado en el tiempo.
Macondo se convierte así en otro protagonista de la historia
que a lo largo de sus páginas crece, decae, renace y se trasforma junto a la
estirpe Buendía. Uno de los gitanos de la historia, Melquíades, una noche creyó
encontrar una predicción sobre el futuro de Macondo que le vaticinaba
convertirse en ciudad real y moderna. “Sería una ciudad luminosa, con grandes
casas de vidrio, donde no quedaba ningún rastro del la estirpe de los Buendía”.
Sin embargo, José Arcadio Buendía lo corrige y le dice, “No serán casas de
vidrio sino de hielo, como yo lo soñé y siempre habrá un Buendía por los siglos
de los siglos”. Macondo, imaginaria y eterna. (Clarín 18/04/2014).
JEAC.
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