entre la atroz maraña de las selvas perdidas
hasta ti, Machu Picchu.
Alta ciudad de piedras escalares,
por fin morada del que lo terrestre
no escondió en las dormidas vestiduras.
En ti, como dos líneas paralelas,
la cuna del relámpago y del hombre
se mecían en un viento de espinas.
Madre de piedra, espuma de los cóndores.
Alto arrecife de la aurora humana.
Pala perdida en la primera arena.
Llegar a Machu Picchu es como viajar en el tiempo y retroceder
600 años atrás. El viaje en bus desde Aguas Calientes es como un aperitivo, por
lo hermoso del paisaje, ante lo que está por verse al llegar a la entrada de la
ciudadela.
Nada más al cruzar la puerta de acceso, y caminar unos pasos,
uno se encuentra con un paisaje inolvidable. La ciudadela que aparece ante
nuestros ojos como brotada de la tierra en medio de montañas llenas de
vegetación que parecen suspendidas en el aire pues no se logra ver hasta abajo
por la densa neblina que las rodea. Ante nuestros ojos aparecen las ruinas
diseminadas en un amplio perímetro y en distintas terrazas que parece quisieran
alcanzar el cielo. No sé si a otras personas, pero a mi, la visión me dejo
anonadado por su hermosura y espectacularidad.
Ésta fue la morada, éste es el sitio:
aquí los anchos granos del maíz ascendieron
y bajaron de nuevo como granizo rojo.
Aquí la hebra dorada salió de la vicuña
a vestir los amores, los túmulos, las madres,
el rey, las oraciones, los guerreros.
aquí los anchos granos del maíz ascendieron
y bajaron de nuevo como granizo rojo.
Aquí la hebra dorada salió de la vicuña
a vestir los amores, los túmulos, las madres,
el rey, las oraciones, los guerreros.
Aquí los pies del hombre descansaron de noche
junto a los pies del águila, en las altas guaridas
carniceras, y en la aurora
pisaron con los pies del trueno la niebla enrarecida,
y tocaron las tierras y las piedras
hasta reconocerlas en la noche o la muerte.
junto a los pies del águila, en las altas guaridas
carniceras, y en la aurora
pisaron con los pies del trueno la niebla enrarecida,
y tocaron las tierras y las piedras
hasta reconocerlas en la noche o la muerte.
Miro las vestiduras y las manos,
el vestigio del agua en la oquedad sonora,
la pared suavizada por el tacto de un rostro
que miró con mis ojos las lámparas terrestres,
que aceitó con mis manos las desaparecidas
maderas: porque todo, ropaje, piel, vasijas,
palabras, vino, panes,
se fue, cayó a la tierra.
el vestigio del agua en la oquedad sonora,
la pared suavizada por el tacto de un rostro
que miró con mis ojos las lámparas terrestres,
que aceitó con mis manos las desaparecidas
maderas: porque todo, ropaje, piel, vasijas,
palabras, vino, panes,
se fue, cayó a la tierra.
Y aquí estoy yo, admirando perplejo tanta hermosura, tanta
magnificencia, tanta historia, tanta cultura viva en cada piedra y en cada
centímetro de tierra de estas ruinas que ya las siento en mi alma como si
fueran mías y que traen recuerdos de mis ancestros.
Agradecí al cielo antes de comenzar mi visita por haberme
permitido llegar hasta allí, no habría podido descansar en paz sin antes haber
visto esta mezcla de maravilla natural y edificada por los hombres, que se
yergue entre las montañas como tratando de ocultar su inmensa belleza…
(continuará)
Fotografías JEAC.
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