Hace pocos días publiqué un articulo aparecido en Facebook
sobre un niño Filipino que estudiaba en las noches a la luz de un farol de la
calle. Esta historia que presento hoy me conmovió aún más ya que sucede en mi
país Bolivia y es protagonizado por una pequeña niña de apenas nueve años. Un
ejemplo de fuerza de voluntad, sacrificio y ganas de progresar…
Con los cuadernos y algo de comida en un aguayo, Eusebia
Aguilar, una niña de nueve años, camina tres horas a diario para llegar a su
escuela, ubicada en la comunidad de Macha Cruz K’asa, en Torotoro (Potosí). Su
afán para el estudio sirvió de ejemplo y evitó el cierre de la única
aula.
Hace cinco meses, Eusebia era la única alumna inscrita en
la escuela de “Macha” y para no sentirse sola llevaba a su primo Róger, de
cuatro años, como oyente. Ambos niños hablan quechua y están en proceso de
aprendizaje del castellano. La pequeña está al cuidado de sus abuelos porque sus
padres migraron al Chapare (Cochabamba).
En febrero, el consejo del núcleo educativo decidió cerrar
la escuela bajo el argumento de que “no tenía alumnos y casi ningún profesor se
atrevía a trabajar en el lugar, por estar tan alejado”. La población más cercana
a la unidad queda a tres horas de caminata, no ingresan vehículos. El poblado
central de Torotoro está a siete horas (caminando) del establecimiento.
Entonces, Edmundo Jachacata, un dirigente anciano de la
comunidad, protestó y se opuso al cierre justificando que Eusebia estaba ahí. Su
posición ganó dos aliados: Eduardo Ticona, un joven maestro, y Emilio Aduviri,
el subalcalde del distrito.
El maestro, apoyado por las autoridades y motivado por la
actitud de Eusebia, recorrió casa por casa para convencer a los comunarios de
enviar a sus hijos a clases. El arduo trabajo dio frutos, actualmente la escuela
tiene nueve niños que defienden la educación en Macha Cruz K’asa. El cierre de
la unidad fue suspendido y se implementó un aula multigrado porque los niños
oscilan entre cuatro y 12 años.
Hasta 2014, una normativa establecía el cierre de toda
escuela con menos de diez alumnos, pero el Ministerio de Educación emitió la
Resolución Ministerial 015/2014 con la que se flexibiliza el mínimo de
estudiantes para escuelas en fronteras o alejadas, como la de Eusebia.
El profesor Ticona está ahora a cargo del grupo, que pasa
clases en quechua, principalmente, y en castellano. Los niños entienden éste
último idioma aún con dificultad. “Lo bonito es que aunque vivan lejos siempre
llegan puntuales, pero lo más triste es que estos niños tienen que caminar tres,
cuatro o cinco horas más que yo”.
Comunarios relataron que en los parajes por los que andan
los niños para llegar a la escuela hay pumas, víboras de cascabel y gatos de
monte. Por eso ellos entran a las 10.00 y se van a las 16.00, de lunes a
viernes, para estar en sus casas antes de que anochezca.
Luego de que los niños dejan la escuela, donde no hay señal de radio ni celular, Ticona se queda en la total soledad y para contrarrestarla acostumbra subir a un cerro para escuchar su radio. “Vengo de un pueblo pobre, me eduqué en una escuela como ésta, ya estoy acostumbrado. Ya me encariñé con los niños y no puedo dejarlos”.
Cada 15 días, el profesor camina hasta Torotoro para
trasladar el alimento escolar: aceite, harina, arroz, fideo, leche en polvo y
azúcar. Él recibe la ayuda del alcalde escolar y “el junta escolar”, que son dos
personas elegidas por la comunidad para apoyar las labores educativas.
Ticona, además de enseñar, es quien prepara la merienda
escolar para sus alumnos. Él contó que aprendió a cocinar con la ayuda de los
niños, quienes casi siempre agregan sus propios alimentos: tostados, mote y
huevo duro.
Tomado del periódico La Razón del
02/08/2015.
Publicado por JEAC.
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