Que el tiempo pase es inevitable y
deseable, de otro modo no estaríamos fluyendo con él. Tiene sus ventajas. Es un
maestro con sabores muy diversos. Dulce, unas veces; amargo, otras. Pero siempre
dispuesto a enseñarnos que todo pasa y que en el medio, seguro, hemos aprendido
lo que debíamos saber para ser más prudentes, más empáticos, más compasivos o
más audaces.
Estamos en un momento histórico donde queremos establecer una
carrera contra él. Nadie quiere que la piel se arrugue, que la fuerza de la
gravedad haga sus estragos o que la juventud deje de ser el divino tesoro por el
que todo hemos pasado.
Lo mejor de todo es que es inexorable. Para todos. Y a
todos nos hace pasar por etapas semejantes, períodos idénticos y situaciones
parecidas, tarde o temprano.
No hay tanta diferencia entre unos y otros.
Quien ríe plácidamente ahora, llorará desesperadamente mañana; quien llora sin
consuelo en este momento, encontrará el dulce bálsamo que convierta sus húmedos
ojos en sonrisas aladas dirigidas al cielo.
El tiempo todo lo cura. Con todos
hace justicia. A todos cobra su precio. A cada cual le pide cuentas. A nadie le
vuelve impune.
Ir avanzando en él debe hacerte cada vez más sabio. Más capaz
de entender el mundo y a tus semejantes. Más proclive a elegir solamente lo que
te hace bien sin que esto suponga dañar a otra persona.
Nos vamos conociendo.
Nos vamos amigando con nosotros mismos. Nos vamos convenciendo de que nada es
eterno, de que todo cambia y de que lo único con lo que debemos estar
comprometidos es con nuestra propia mejora y con extender ésta a nuestro
alrededor.
Si así lo hacemos, la vida habrá merecido la pena.
Tomado de la web.
Publicado por JEAC.
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