Este 26 de Julio se recordó el 60 aniversario del asalto al
cuartel Moncada, que marcó el inicio de la Revolución Cubana. Recurro a un texto
escrito por Eduardo Galeano para recordar este memorable episodio.
Yo tenía doce años cuando el asalto al Moncada, dieciséis
cuando el desembarco del Granma, dieciocho cuando los guerrilleros entraron,
victoriosos, en La Habana. Los hombres de mi generación hemos tenido la suerte
de coincidir, en el tiempo, con la Revolución Cubana. Desde temprano se nos
mezcló en la vida y se nos metió en el alma.
Junto a muchos millones de hombres, celebro esta revolución como si fuera mía.
Ella me ha transmitido fuerzas cuando me he sentido caer.
Me ha contagiado energía, día tras día, año tras año, a lo largo del proceso que
la puso a salvo de la derrota o la traición. Cuba rompió en pedazos la
estructura de la injusticia y confirmó que la explotación de unas clases
sociales por otras y de unos países por otros no es el resultado de una
tendencia “natural” de la condición humana ni está implícita en la armonía del
universo. Muchas murallas se ha llevado por delante este viento de buena furia
popular. La colonia se hizo patria y los trabajadores, dueños de su destino. La
mujer dejó de ser una pasiva ciudadana de segunda clase. Se acabó el desarrollo
desigual que en toda América Latina castiga al campo a la par que hincha a unas
pocas ciudades babilónicas y parasitarias. Se borró la frontera que separa el
trabajo intelectual del trabajo manual, resultado de las tradicionales
mutilaciones que nos reducen a una sola dimensión y nos fracturan la
conciencia.
No ha resultado ningún paseo esta hazaña, ni ha sido lineal
el camino. Cuando son verdaderas, las revoluciones se hacen en las condiciones
posibles. En un mundo que no admite arcas de Noé, Cuba ha creado una sociedad
solidaria a un paso del centro del sistema enemigo. En todo este tiempo, yo he
amado mucho a esta revolución. Y no solo en sus aciertos, lo que resultaría
fácil, sino también en sus tropezones y en sus contradicciones. También en sus
errores me reconozco: este proceso ha sido realizado por sencillas gentes de
carne y hueso, y no por héroes de bronce ni máquinas infalibles.
La Revolución Cubana me ha proporcionado una incesante
fuente de esperanza. Ahí están, más poderosas que toda duda o reparo, esas
nuevas generaciones educadas para la participación y no para el egoísmo, para la
creación y no para el consumo, para la solidaridad y no para la competencia. Y
ahí está, más fuerte que cualquier desaliento, la prueba viva de que la lucha
por la dignidad del hombre no es una pasión inútil, y la demostración, palpable
y cotidiana, de que el mundo nuevo puede ser construido en la realidad y no solo
en la imaginación de los profetas.
JEAC.
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