Había un hombre sabio que vivía a la orilla del mar en un
pueblo muy pequeño. Todas las mañanas acostumbraba a caminar por la playa, antes
de sentarse a escribir a lo largo de horas interminables.
Una soleada mañana salió a caminar más temprano que de
costumbre. Al cruzar las dunas llegó a la playa, donde le esperaba una gran
sorpresa. En un segundo comprendió la gravedad de la situación. ¡La orilla
estaba llena de estrellas de mar!
Corrió hasta la playa y, con enorme tristeza, vio que había
kilómetros y kilómetros de arena cubiertos por bellas y frágiles estrellas de
mar. De los ojos del sabio cayeron gruesas lágrimas porque sabía que las
estrellas de mar viven solo cinco minutos fuera del agua.
Con cuidado de no pisarlas, comenzó a caminar por la playa, el
corazón cargado de pena. Avanzaba lentamente, pensando en la fugacidad de la
vida, en cómo a veces equivocamos nuestras prioridades, cómo perdemos el tiempo
en cosas inútiles e intrascendentes... Ensimismado en sus pensamientos caminó un
rato sin ver a nadie, hasta que en el horizonte descubrió una figura que se
movía frenéticamente. Corría de la playa hasta la rompiente y de la rompiente
hasta la playa, constante e incansablemente...
-¿Qué animal será ese? -se preguntó el sabio.
Y aunque ya era hora de volver a su casa y retomar la escritura
de su libro, decidió averiguar quién corría de esa extraña manera. Cuando estuvo
a unos pocos metros de esa rara figura, advirtió que no se trataba de ningún
animal sino que no era más que un niño pequeño de seis o siete años. Tenía la
cara sudorosa, las mangas de la camisa remangadas y los pies mojados y llenos de
arena. Al ver al sabio, se detuvo y lo miró fijamente con sus enormes ojos
marrones.
El sabio le sonrió y le preguntó: -¿Qué estás haciendo?
El niño le miró sorprendido pero, para no ser descortés, le
contestó:
-Junto las estrellas de mar que están en la playa y las arrojo
más allá de la rompiente para que no se mueran.
El sabio volvió a sonreír y le dijo:
-Ya veo... ¿Pero no te das cuenta de que no tiene sentido tu
esfuerzo? Hay cientos de miles de kilómetros sembrados con estrellas dé mar y
vivirán muy poco tiempo más antes de que el sol las seque con su calor... Aunque
salvaras a miles, habría billones de ellas que morirían de todas formas. Tu
esfuerzo no tiene sentido.
La mirada del niño se llenó de nubes. Sus brazos dejaron caer
decenas de estrellas que hasta entonces sus brazos habían sostenido. Miró
desconcertado la inmensidad de la playa y la magnitud del desastre a la que el
sabio se refería. En silencio y sin volverse, trotó en dirección a las dunas.
Pero cuando estaba por desaparecer detrás de ellas, volvió sobre sus pasos
corriendo, tomó una estrella y con una fuerza increíble, la arrojó al mar.
El niño miró al sabio y lleno de felicidad le dijo:
-Para ella sí tuvo sentido...
Moraleja.- ...Nada puedo hacer para
solucionar las penas del mundo, pero mucho puedo hacer para colaborar en el
pedacito de mundo que me toca.
Hay veces en las que pareciera que nuestra tarea y nuestro
empeño carecen de sentido. Nos sentimos con ganas de abandonar nuestros
proyectos, nuestros sueños.
Pero sin embargo, el solo hecho de pensar que
nuestro obrar tiene sentido para alguien concreto, aunque sea solo uno, debe
hacernos sentir que nuestro esfuerzo este pleno de significado y que es esto los
que nos vuelve, gozosamente, mas humanos.
Como dice un viejo proverbio: Mucha gente pequeña, en
lugares pequeños, haciendo pequeñas cosas, pueden cambiar el mundo...
Autor desconocido.
JEAC.
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