De la gran siete. (Martín Caparrós)
Dos a cero. Tres a cero. Cuatro a cero. Cinco a cero. A
veces, muy de tanto en tanto, pasan cosas que nunca habían pasado. Hubo en el
Mineirao siete minutos que transcurrieron más allá de cualquier lógica, más acá
de la historia. Entre el minuto 23 y el 29, cuatro goles acabaron con cualquier
esperanza brasileña y nos dieron, a cientos de millones, esa sensación
extraordinaria de estar viendo lo imposible. A partir de ese momento ya no
importaba nada: todo era irreal, como falsificado. Ya no importaba que esos
goles alemanes hubieran tenido la complicidad extrañísima de la blandura y el
despiste de la defensa brasileña. Ya no importaba que el mariscal de la derrota
Luiz Felipe Scolari incendiara a un par de jugadores reemplazándolos en el
entretiempo. Ya no importaba que su proyecto antifutebol, su renuncia a la
tradición de su país, hubiera hundido a su país en la vergüenza. Ya no importaba
que se hubieran convencido de que podían ganar el campeonato sin jugar a nada: a
pura fuerza, a pura camiseta, a pura sanata. Ya no importaba que creyeran que el
fútbol no era el fútbol.
Y no importaba que Alemania hubiese jugado un partido
temible, con una circulación impecable de la pelota y de los jugadores, como si
fueran una máquina. Y menos que aplicaran viejos códigos de barrio para no
golear más que lo necesario: para ser condescendientes con sus víctimas. Y menos
aún que miles de brasileños se burlaran de sus propios jugadores coreando con
oles pases de sus verdugos. Y menos aún que gente tan sabia como José Mourinho o
Edson Pelé haya anunciado sin más dudas la victoria brasilera.
Empezaba a importar la historia: cómo se contará, de ahora
en más, esta noche imposible. Por el momento parece primar la obligación de la
catástrofe: se ha hablado tanto en los últimos meses de lo tremendo que sería
para los brasileños no ganar su copa que ahora millones deberán encontrar sus
formas de vivir el naufragio. Serán días duros para muchos. Pero después este
partido se seguirá jugando. Interminablemente se seguirá jugando. A veces, muy
de tanto en tanto, pasan cosas que justifican todo. De pronto, en algún momento,
quizá cuando el sexto gol culminó la mejor jugada colectiva del torneo, supimos
para qué se había hecho este Mundial: para que, mientras exista el fútbol, el
fútbol recuerde este partido.
Publicado por JEAC.
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