jueves, 18 de febrero de 2016

El desasosiego


En días pasados leí un artículo en un periódico local, que viene como anillo al dedo sobre nuestro diario vivir y mucho más ahora que estamos viviendo el carnaval y la chacota del “si o del no” (qué triste ironía, no?). Les propongo leerlo detenidamente y encontrarán un cúmulo de realidades que nos toca a todos…

Mafalda lo definía como una basurita en el estado de ánimo. Y efectivamente, así se siente: como una mancha pequeña pero visible, que no llega a doler y sin embargo molesta.
A veces es como un ruido indefinible y lejano, algo que no se puede asir, que no se racionaliza ni se explica, pero es y está y nos provoca una sensación a medio camino entre la tristeza y el asco.
El desasosiego se alberga en el estado de ánimo, pero nace en lo que ves, lo que oyes, lo que lees, lo que comentas y lo que escribes; es decir, aquello que alimenta tu mente durante el día entero.
Cabe entonces preguntarse cuál es el menú diario que nuestra mente consume, qué le damos de beber y de comer, con qué se nutre. Y odio es lo que consumimos cada día en cantidades insalubres. Está en el noticiero y en el periódico, está en la radio, está en las redes sociales; parece ser la fuerza motora que impulsa cada interacción, cada opinión, cada palabra que se dice o escribe.
Y eso llevamos en la mente, como un parásito que no percibimos, pero que nos enferma y consume.
Mientras tanto, hay quienes se duermen y despiertan pensando en cosas que no destruyen ni desasosiegan. Hay quién dedica incontables horas a entender como se dobla y arruga el tiempo a partir de su contacto con la materia.
Hay quién insiste una y otra vez hasta alcanzar la perfección en el ritmo, el color o el movimiento. Hay quién dedica horas y horas a tallar, a pulir, a encadenar notas, palabras o imágenes. Hay quién se preocupa por la semilla y la tierra, quién se obsesiona por la fórmula, quién se desvive por el insecto o la roca y todos los misterios que todavía guardan.
Si en nuestros medios, pensamientos y conversaciones le diéramos más espacio al misterio y a la perfección y menos al odio y al desasosiego; si escucháramos otras voces y no solo aquellas que hablan de traición, de mentira  y de despilfarro; si viéramos belleza y perfección (o los grandes esfuerzos invertidos en alcanzar cualquiera de ellas) en lugar de ver siempre sordidez, mezquindad y violencia; si nuestras mentes tuvieran al menos la opción de elegir entre el misterio y el odio, quizás podríamos decir que somos realmente libres.
Pero no. De nada sirve apagar la tele o la radio y cerrar el periódico, porque el odio se cuela con más eficiencia en el internet y nos persigue en las conversaciones del minibús, de la oficina o del mercado.
Hemos construido una sociedad en la que el único tema común y la única prioridad, la única lengua franca es la política. Hemos construido, además, una sociedad dónde la política es nada más que odio disfrazado de planes y proyectos.
Quizás en otra época la política y el odio que la impulsa estaban reservados para un grupo que se dedicaba a ejercerla, pero ahora está esparcida en cada teclado y en cada computadora. Ya no hay escapatoria. La creatividad, el tiempo y el esfuerzo que podía invertir una persona común en compartir una idea o un proyecto, en leer sobre Saramago o sobre hoyos negros, se utiliza en profundizar el odio y difundir el desasosiego.
¿Por qué perdemos el tiempo acrecentando el odio y regodeándonos en el desasosiego, justo ahora que se ha ampliado de manera tan inmensa nuestro acceso a la belleza, a la perfección y al misterio?

Verónica Córdova - Cineasta (Publicado en La Razón el 14/02/2016).


Publicado por JEAC.

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