En 1980, estalló en la ciudad brasileña de
Sorocaba una insólita manifestación popular.
En plena dictadura militar, una orden judicial había prohibido los besos que atentaban contra la moral pública. La sentencia del juez Manuel Moralles, que castigaba esos besos con cárcel, los describía así:
Besos hay que son libidinosos y, por lo tanto, obscenos, como el beso en el cuello, en las partes pudendas, etc., y como el beso cinematográfico, en el que las mucosas labiales se unen en una insofismable expansión de sensualidad.
La ciudad respondió convirtiéndose en un gran besódromo. Nunca nadie se besó tanto. La prohibición multiplicó las ganas, y muchos hubo que por pura curiosidad quisieron conocer el gustito del beso insofismable.
En plena dictadura militar, una orden judicial había prohibido los besos que atentaban contra la moral pública. La sentencia del juez Manuel Moralles, que castigaba esos besos con cárcel, los describía así:
Besos hay que son libidinosos y, por lo tanto, obscenos, como el beso en el cuello, en las partes pudendas, etc., y como el beso cinematográfico, en el que las mucosas labiales se unen en una insofismable expansión de sensualidad.
La ciudad respondió convirtiéndose en un gran besódromo. Nunca nadie se besó tanto. La prohibición multiplicó las ganas, y muchos hubo que por pura curiosidad quisieron conocer el gustito del beso insofismable.
Tomado del libro “Los Hijos de los días” de
Eduardo Galeano.
Publicado por JEAC.
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