Con esta formidable vista panorámica de La Paz de los años 40 paso a contarles lo que fueron mis primeros diez años en esta bella ciudad.
Nací a mediados de la década del 50 cuando mis padres vivían en la casa de mis abuelos paternos, allá en la calle Chuquisaca # 25 entre las calles Pando y Pucarani. La casa quedaba para más datos a dos casas del famoso cine Mignon y a escasas tres cuadras de la Cervecería Boliviana Nacional. Era un lugar bastante céntrico ya que estaba a cuatro cuadras de la plaza Alonso de Mendoza y cinco de la Pérez Velasco, siendo por tanto un barrio bastante popular.
Era una antigua casona tipo “conventillo” de dos plantas y que tenía por acceso un zaguán a la manera de los conventillos de la época, como lugar de descanso para los campesinos que traían sus cosechas para los patrones en determinadas épocas del año. Cuando los campesinos llegaban con sus productos, casi siempre se quedaban a pernoctar dos o tres días y en las noches se juntaban haciendo un círculo y acullicando su coca se ponían a conversar en ese su idioma tan dulce y tan desconocido para mi. A fuerza de escucharlos y tratar de comprender aprendí algunas palabras en aymara y cada vez quería aprender más.
La casa tenía un patio principal y a la derecha las gradas que conducían a la segunda planta. En esa casa llegamos a habitar hasta seis familias (unas 25 personas) y como dato curioso puedo indicar que tenía un solo baño. Recuerdo que la familia más numerosa de aquél conventillo eran los Zapata que eran nueve miembros: los esposos y siete hijos, cinco de los cuales eran varones y tres de ellos más o menos de mi misma edad con los cuales compartía las horas de juego, que dadas las condiciones de habitabilidad, eran bastantes. Los juegos de la choca, el trompo y las bolitas era nuestros preferidos, pero también remontábamos voladores y emulábamos a los “cow boys” (coboys que decíamos nosotros) que estaban muy de moda por esos días. Motivo de esto eran las famosas “matinales” de los domingos, en las cuales se proyectaban películas exclusivamente para niños entre las que se destacaban esas de “coboycitos”. Como teníamos varios cines circundantes (El Mignon ya nombrado, el Universo, el México) nuestra elección para los domingos era difícil pero siempre satisfactoria. Para esas épocas también se empezó a imponer el cine Mexicano y particularmente las películas de “Santo” un enmascarado luchador que hacía las delicias de los niños y hacía volar nuestras fantasías. Los sábados y domingos eran días de fiesta para los chicos del conventillo, ya que siempre llegaban visitas de alguna de las familias y se armaban pequeñas fiestas o reuniones en el patio, mientras los más pequeños nos juntábamos a jugar ya sea en el zaguán o en la calle que no ofrecía ningún peligro. Habían oportunidades en las que nos reuníamos hasta 15 chicos para jugar el “pasara-pasara mi barquito”, “arroz con leche”, y otras rondas infantiles. A las chicas les gustaban estos juegos, en cambio los varones queríamos jugar el “chorro-morro” o un buen partido de futbol. Era el único día en que podíamos jugar hasta pasadas las ocho de la noche.
Los domingos en la mañana la obligada cita con el cine matinal, previa evaluación de las películas que ofertaban los distintos cines cercanos a la casa. Casi siempre coincidíamos los varones en una buena “peli de cachascan” o de “coboycitos” y las mujeres en películas musicales o románticas. En el cine México aprendí a conocer a Pedro Infante, Miguel Aceves Mejía, Luis Aguilar, Antonio Aguilar, Flor Sivestre, Lucha Villa, Jorge Negrete y tantos otros ídolos del país mexicano, comencé a conocer el nuevo movimiento musical que se estaba formando con películas de Enrique Guzmán, Cesar Costa y Angélica Maria, Los Teen Tops y muchos más.
Lo mejor de todo era la fiesta de Alasitas que se llevaba a cabo en la Avenida Montes por aquellos años, entonces nos quedaba como quién dice a la mano y escapábamos con los demás muchachos toda vez que podíamos. Allí aprendí a jugar las famosas “canchitas” y a apostar en las “figuras con dados” y hasta me animaba algunas veces al “tiro al blanco”.
Lindos tiempos aquellos que me tocó vivir en el conventillo de la Chuquisaca, el cuál tuvimos que abandonar luego de la muerte de mis abuelos.
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