sábado, 31 de agosto de 2013

Días de música (1)












Todo comenzó, si mis recuerdos no me traicionan, allá por el año 1962 cuando vivía en el viejo conventillo de la calle Chuquisaca, casi al lado del cine Migñon. Tenía yo por entonces seis años y ya era un irremediable enamorado de la radio, donde podía escuchar noticias, novelas, deportes, y música. Sin embargo esta última, la música, no ocupaba un lugar privilegiado en mis pensamientos. Es cierto que yo escuchaba temas y me bastaba con oírlos tres o cuatro veces y ya me los aprendía de memoria, pero no era algo que me gustase mucho o que me quitara el sueño.
 
Fue una tarde de Agosto cuando mi primo Ismael que vivía en el mismo conventillo, llegó trayendo un paquete plano bajo el brazo. Era un paquete algo cuadrado que estaba envuelto en papel periódico lo cuál despertó mi curiosidad. Corrí a su encuentro cuando atravesaba el zaguán como siempre lo hacía cuando el llegaba al conventillo y él me tomó de la mano tal cual era su costumbre. Subimos corriendo las gradas que conducían a sus cuartos que estaban en el segundo piso del conventillo y una vez allí, procedió a desempaquetar lenta y cuidadosamente aquél paquete. Al fin pude ver una tapa cuadrada y leí un nombre grande en la portada: “Paul Anka”, luego cuidadosamente sacó de aquella tapa de cartón un disco negro y reluciente con miles de rayitas circulares que llamaron mi atención. Era el primer Long Play que veía y pensé para mis adentros para que podía servir esa cosa extraña. Luego de observar con deleite aquél disco durante unos minutos mi primo Ismael procedió a volverlo a guardar tan cuidadosamente como lo había sacado, sinceramente yo no entendía nada, pero tampoco me atrevía a preguntar pues lo veía tan absorto y con una sonrisa de satisfacción. Cuando lo hubo terminado de empaquetar en aquél papel periódico me tomó de la mano y me dijo “vamos donde el Pepe”.

El “Pepe” era el hermano mayor de la familia Zapata que vivía al fondo del conventillo y luego me enteré de que eran los únicos en el conventillo que contaban con un aparato que podía hacer sonar esos extraños discos. Cuando llegamos él ya estaba esperando a mi primo y le preguntó: –¿lo trajiste?- a lo que Ismael respondió – sí aquí esta-. Ambos sonrieron satisfechos y nos dirigimos hacia su sala donde estaba aquél extraño aparato bien resguardado debajo de una tela que servía de tapete. Lo descubrió y pude ver por fin aquél famoso tocadiscos del que tanto hablaba mi hermana y otras personas jóvenes del conventillo. Sacaron cuidadosamente el disco que había llevado mi primo y lo colocaron en medio de aquél aparato. Al instante comenzaron a salir sonidos de música y pude escuchar mi primer tema directamente desde un tocadiscos, el tema en cuestión era “Diana” y desde aquella vez se me pegó para siempre en mi memoria. Pepe y mi primo no cabían en sí de felicidad y sonrientes escuchaban y comentaban los temas.

Yo también estaba fascinado pero era porque no entendía de como de aquél disco negro que daba vueltas podía salir esa música que hasta ahora solo había escuchado en las radios. Miraba y miraba buscando algún razonamiento lógico pero no lo encontraba, para mí era como un encantamiento…pero era fabuloso; lo único que no me gustaba era que las canciones eran en inglés y no entendía lo que decían. La voz de mi madre buscándome para almorzar me sacó de mis cavilaciones y salí de allí no sin antes dar otra mirada a aquél disco que giraba y emitía sonidos tan lindos. Allí comenzó mi idilio con la música…

JEAC.

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