sábado, 24 de diciembre de 2011

Eterna Navidad


¡Eterna Navidad! (Pedro Martínez Borrego)

Yo vivía junto al vado del cañaveral espeso.
¡Cuantas noches había contemplado las estrellas en el cielo desgarrado,
y cuantos días las hojas del manzano me habían sonreído con su lánguida mirada!
Pero aquella noche el viento jadeaba,
en el redil oí balar a la oveja y yo, corriendo, salí de mi choza.
Allá, en lo alto, lucía sólo una estrella y el cielo era todo una fiesta.
Junto a mi huerto, en la gruta de Belén, aquella noche había nacido un niño.
Hecho que “aconteció en los días que se publicó un edicto de Cesar Augusto,
para que se empadronase todo el mundo”.
Era un veinticuatro de Diciembre.Hacía frío.
Otros lugareños, como yo, contemplaban absortos el lucero
que como la Gloria del Señor nos envolvía con su resplandor,
cuando de pronto se oyó una voz:
“No temáis os anuncio una gran alegría para todo el pueblo:
Hoy ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es el Cristo Jesús”.
Al primer sol, apagándose el murmullo de la noche,
todos llegamos a la cueva con los cestos en las manos.
Allí unos magos ya se encontraban postrados a sus pies.
Se trataba de unos extranjeros llegados de Oriente,
con unas caravanas que mercadeaban con Egipto.
Yo, por un momento, me olvidé que sólo era un pastor
y me atreví a ponerme al lado de su cuna,
donde dejé una oración y mi ramito de rosas.
Ellos de hinojos le adoraban y abriendo sus alforjas
le ofrecieron oro, incienso y mirra;
y con sus presentes le brindaron la carga que nos agobiada.
En tropel le dieron todas mis soberbias y tus desventuras,
tus pesares todos y mis vanidades,
tus negras angustias y mis ansias todas.
Todos mis desvelos y tus frustraciones,
mi tibia tristeza y tus amarguras,
y todo el fracaso de mi vida toda.
Al marcharse, ya era mediodía,
y al hacerlo volviéndose hacia mi, dijeron:
Adiós, amigo! Mira la mirada de este niño porque es la mirada de Dios
y gózate con su sonrisa porque es sonrisa de Eternidad.
Llegará el día en que sus palabras anunciarán un mensaje de esperanza,
sus labios cantarán la mejor de las canciones
y su madre, que le acuna, la melodía de su corazón.
Ellos y yo nos separamos, y ahora, ¡en la calma de mi choza
me gozo con la plenitud de su Amor!
¡Eterna y feliz Navidad!

JEAC.

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