domingo, 20 de octubre de 2013

Fundación de la ciudad de La Paz (1)

Antes de su fundación, esta ciudad no era tierra de nadie. Una antigua cultura indígena con notable orden social ya la habitaba; sus pobladores eran agricultores y lavadores de arena aurífera. Después, Nuestra Señora de La Paz nació en dos cunas.

La ciudad provisoria, fundada dos veces en sitios diferentes, resultó definitiva. Ello puede hacer pensar en algún modo de predestinación, pero la historia es más bien un destino resultante de muchas causas, entre las que hay que distinguir la peculiaridad humana de labrar su sino con sentido de modificación de la realidad. La doble fundación a la que aludimos se refiere a la constitución hispánica de villa de los conquistadores, La Paz, luego de que una guerra entre conquistadores españoles pusiera en tela de juicio las decisiones del lejano rey sobre una alegada injusticia en el reparto de encomiendas.

Mas, el sitio donde ocurrió la colocación de la horca y la picota, como símbolos de dominio y posesión de los barbudos invasores, no era tierra de nadie. Tenía, al contrario, una meritoria prosapia: era sitio habitado, con organización social e historia al abrigo de una deidad tutelar, el Illimani Achachilasa, donde una cultura indígena, de las más antiguas de la planicie andina, alcanzó un notable orden social, aún antes de que los incas incorporaran el país aymara a su vasto imperio.

Los orígenes de la comunidad indígena aymara que habitó en la cuenca paceña se desvanecen en la penumbra de las edades. Se sabe, no obstante, que los pobladores de Chuquiapu Marka (Heredad de Oro) eran agricultores y lavadores de las arenas auríferas de los ríos, tanto en tiempos de Imperio Kolla como del Tawantinsuyo.

Hasta donde llegan los datos conocidos, sea que los pueblos altiplánicos hubiesen estado centralizados en reinos kollas o dislocados en señoríos regionales, lo cierto es que parece ser una base de la vida social la persistencia del “ayllu”, o clan unido al tronco común por lazos de consanguinidad, basado sobre la propiedad colectiva de la tierra y el reparto periódico familiar de parcelas de laboreo agrícola, hecho que permitió la confederación clánica o marka y el surgimiento de minorías dominantes aristocráticas.

Por los indicios recogidos por Polo Ondegardo y otros cronistas, avizoramos que descontando otros, hubo dos centros neurálgicos de la antigua sociedad aymara: Tiwanaku y Chuquiapu, considerados ambos como las “ciudades eternas” (Wiñaymarka), lo que pone de relieve su importancia.

Si el nombre de Tiwanaku permanece en el misterio y sobre su real significado se tejieron muchas conjeturas, sugiriendo el historiador Julio Díaz Arguedas que podría derivar de Tiwanaakan, que quiere decir “Aquí la piedra parada”  —nótese de paso que la palabra suena semejante a Teotihuacan, el gran centro azteca—. En cambio, el nombre de Chuquiapu carece de enigmas. Significa sembradío de oro o arena aurífera. Aludiendo de manera inmediata e indubitable a la circunstancia de que el río Choqueyapu y los restantes de la hoya paceña tuvieron chispas y pepitas del áureo metal. Hoy mismo aparecen todavía. 

El pueblo indígena, que se asentó en la notable grieta de altipampa, quizás en el periodo inmediatamente posterior a la última glaciación, realizó la hazaña de sobrevivir, sin más herramientas que la maza de piedra, el garrote de palo, la honda, el fuego y las vasijas de cerámica, en un medio gélido, hostil y avaro, donde para pasar de la cacería de los protoespecímenes del guanaco, el quirquincho, etc., a la agricultura y a la ganadería doméstica (domeñando la llama, el cuí, la papa, la oca, la quínua) debieron perfeccionar su organización social de comunidad para darle, en cierto modo, la funcionalidad de una colmena, en la que la principal fuerza productiva era el hombre mismo. Esta hazaña, comparativamente hablando, se presenta como mayor que la de don Alonso de Mendoza y sus esforzados secuaces, que tenían tras de sí la rueda, el caballo, la forja del hierro, el libro y todo un mundo que insurgía, sobre los grandes avances del Renacimiento, hacia el mercantilismo que desarrolló prodigiosamente los recursos de nuestro planeta. 

Las riquezas naturales de la cuenca paceña —además del oro— permitieron el asentamiento y la prosperidad de los chuquiapunis, tanto que los fundadores españoles los respetaron y se establecieron al lado o en medio de ellos. Ese respeto tenía motivaciones harto utilitarias: la floreciente marka daría los brazos para la servidumbre y la mita a la par que las mujeres, el goce del sexo. 

En tiempos del Incario, antes y durante los reinos kollas, la urbe indígena fue el sitio de paso obligatorio de productos y tropas entre el centro y la periferia del sur. Aquí pernoctaron los soberanos quechuas y aymaras, y luego las autoridades coloniales, los prelados de la Iglesia, el Virrey Toledo, los jefes realistas, los ejércitos auxiliares argentinos y los libertadores colombianos. En lugar de variar, se acentuó la condición de la villa como un centro destacado de tránsito y comercio. Siempre fue un punto estratégico.

Compilado de artículos.

JEAC.

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