martes, 24 de junio de 2014

La fiesta del fuego y el agua

Creo que fue la mejor fiesta de San Juan que tuve en mi vida…fue cuando tendría yo diez u once años. Como acostumbrábamos por aquellos años, durante las vacaciones de invierno, marchaba toda la familia a la hacienda de mis abuelos en el lago Titicaca, a la querida isla de Taquiri. Esta vez que cuento, la fecha de las vacaciones coincidió con la fiesta de San Juan, y allí tuve la oportunidad de vivir una de las experiencias más inolvidables…  

Al atardecer del día 23 antes de que el sol se ocultara, empezaron a aparecer fogatas en distintos puntos de la isla y fue el momento en que los abuelos ordenaron hacer la nuestra. Nos ubicamos a la salida de la cocina de la vivienda de los abuelos y allí encendimos una pequeña fogata. No hubo necesidad de traer leña u otro combustible ya que en ese lugar se almacenaba la leña que se utilizaba en el fogón de la cocina para cocer los alimentos diarios. Yo siempre pensé que en el campo se encendían grandes fogatas y allí tuve la oportunidad de darme cuenta que no era así. Los fuegos encendidos eran como para sentarse alrededor y disfrutar de las charlas y cuentos de los mayores, y todos lo hacían así; una pequeña fogata que servía para calentarse un poco y compartir con la familia.  Cuando todos estábamos ya reunidos se sirvieron unos jarros de sucumbé aprovechando la materia prima que allí abundaba: huevos y leche. Luego los mayores comenzaron a contar historias, cuentos y anécdotas tan divertidas que incluso los más chicos como yo demostrábamos gran interés y nos manteníamos quietos escuchando las historias. Creo que estuvimos reunidos unas dos o tres horas hasta que la fogata comenzó a apagarse. Pude notar que en los distintos puntos donde se encendió fuego, sucedía lo mismo. Para las nueve de la noche ya todas las fogatas se habían apagado. 

Yo me preguntaba porque allí donde había tanta leña para quemar se hacían fogatas tan pequeñas y de poca duración; y no como en la ciudad donde las fogatas eran grandes y duraban hasta el amanecer.  Tiempo después comprendí que aquella gente del campo, tenía más conciencia de la naturaleza que nosotros los supuestamente intelectuales de ciudad, que derrochábamos nuestra leña y nuestro tiempo, sin importarnos el daño que le hacíamos a la naturaleza.

A la mañana siguiente mi padre me hizo despertar temprano, cuando aún no se había levantado el sol y me llevó a las orillas del lago. Allí pude observar que los campesinos ya estaban reunidos y procedían a esperar a que salieran los primeros rayos del sol para introducirse en las gélidas aguas del lago y tomar un baño de purificación del cuerpo. Hombres, mujeres y niños seguían esta ceremonia respetuosamente, entraban a las aguas vestidos hasta que estas les llegaban hasta el pecho y luego sumergían la cabeza tres veces en las aguas. Luego salían lentamente y se secaban con los primeros rayos de sol. Para nosotros los citadinos hacer esto era un resfrío seguro…para los campesinos no…por algo es la raza de bronce de nuestra patria. Terminada la ceremonia se reunieron en pequeños grupos familiares a servirse un frugal “apthapi” y luego comenzar con sus labores diarias.

Fue una gran lección para mi, y hoy la recuerdo con un gran cariño y una enorme nostalgia…quizás pronto pueda volver a vivir un San Juan, allá en el campo y mejor si es en mi querida isla de Taquiri…

Nota.- (La foto corresponde a la isla de Taquiri en el lugar donde está el cementerio y una pequeña parroquia.)

JEAC.

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