viernes, 12 de agosto de 2016

Aire


Hace ya muchos ayeres un joven muchacho se dio cuenta que lograr sus sueños no siempre era fácil, que había algunos que se hacían realidad con poco esfuerzo casi por casualidad, pero había otros que se convertían en una batalla, que eran como ir cuesta arriba, que los obstáculos y sus propias dudas se multiplicaban. Esos eran los sueños que lo hacían titubear, se cuestionaba si era posible hacer que esos preciosos objetivos se volvieran realidad, desconfiaba de su propia capacidad para lograrlos.
Incluso llegaba a pensar – por lo bajito – que tal vez no los merecía.
Así que se decidió a visitar al sabio del pueblo, al anciano famoso por su sabiduría y por qué no decirlo, también por su falta de prudencia. Al llegar lo encontró meditando y le preguntó - Hombre sabio, ¿Qué debo hacer para conseguir lo que quiero?
El anciano inmerso en su propia mente no respondió, por más que el joven repitió la pregunta.
No se podía dar por vencido tan fácilmente, así que al día siguiente regresó y se encontró al maestro cantando y bailando frente a su casa. Sin temer interrumpirlo le hizo la pregunta - Respetado anciano, ¿Qué es lo que debo hacer para que mis sueños se conviertan en realidades?
Pero el hombre siguió bailando y cantando como si nada pasara.
Por tercer día el muchacho regresó, esta vez el anciano estaba tomando té. El muchacho se sentó en silencio y no dijo nada. Finalmente cuando el maestro terminó el último sorbo y parsimoniosamente dejó su taza en la mesa, el joven preguntó una vez más - Honrado maestro. ¿Qué puedo hacer para lograr lo que anhelo?
El hombre sonrió y le dijo – Sígueme. Lo llevó hasta el río, ahí se metió en sus aguas y conduciendo al joven de la mano caminaron hasta que el caudal les llegó a los hombros. El anciano se apoyó sobre los hombros del muchacho y con una fuerza que desmentía su edad lo sumergió sorpresivamente en el agua. Por más que el joven ponía todo su esfuerzo tratando de desasirse, el anciano maestro allí lo mantuvo por largos instantes, no importaba cuanta fuerza usara el muchacho para salir, el maestro era más fuerte y lo mantenía bajo el agua. Hasta que finalmente lo soltó, dejándolo salir y respirar.
El muchacho con el rostro enrojecido tomó una gran bocanada de aire fresco y poco a poco fue recobrando el aliento. Fue entonces cuando el sabio preguntó – Al estar bajo del agua, ¿Cuál era tu mayor deseo?
El muchacho aún agitado pero sin dudarlo contestó - Aire, lo único que quería era aire
- ¿No pensaste en viajes, joyas, mujeres ni sabiduría?
- No maestro quería aire, buscaba aire y solamente aire – fue su respuesta.
- ¿Nunca lo dudaste? ¿No pensaste que tal vez sería imposible? ¿Qué quizás no poseías la capacidad de obtenerlo? ¿Qué probablemente no eras merecedor de él?
- Maestro, todo mi cuerpo, mi energía y mi mente sólo gritaban por aire.
El anciano guardó un silencio casi meditativo y cuando cualquiera hubiera pensado que ya no diría nada más se puso a bailar, ahí dentro del río y sencillamente dijo
- Muy bien muchacho ¿tienes alguna otra pregunta?
Y tú… ¿Tienes alguna otra pregunta?

Sergio Hernández Ledward
(Escuché decir al viento)

Publicado por JEAC.

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