lunes, 18 de mayo de 2009

El Habitante de Bolivia


Para el valluno, la vida es el verde; ese manto esmeraldino que se mete por los ojos. Para el del llano, la pampa lo acaricia todo, tibia y perfumada como la piel de sus mujeres. En cambio en el altiplano, hay quienes mueren sin haber conocido una flor…

El blanco es demasiado joven para entender el antiguo mensaje de la tierra: se siente forastero.
Vive el mestizo estallante de energía; empeñado en su forja biológica y social, carece de tiempo para detenerse en el paisaje. Pero el indio eterno, inmutable como su naturaleza circundante, es verdaderamente el amo de los altiplanos. Tomemos pues del indio la verdad y el sentido de la tierra.

Indio es el que siente con mayor intensidad el mundo exterior y el que vive en el repliegue más íntimo hacia dentro. Claustro y expansión: abierto a la naturaleza, cerrado al hombre. Se lo entiende en función del suelo, se lo ignora en sentido antropológico. El indio calla, el indio desconfía. Recela del cambio y de la higiene. Por que reprocharle que no lave su cuerpo si otros nunca lavan su alma? Quietas gentes de bronce: esperan?.

Indio es lo arcaico, lo telúrico, la llamarada cósmica. Una tal antigüedad que nadie sabe cuándo comenzó. Parecen seres de otro planeta, sugieren pasados remotísimos. Ese aire de vetustez que hace eternas, silenciosas las montañas, imprime también su huella lentísima en las cara y en los cuerpos. Gentes sin edad: herméticas, hurañas, sumidas en su propia madurez recóndita. Cifran su ser, como la piedra, en la dura concentración de sus moléculas. Y un resplandor metálico arde en el fondo sombrío de los ojos mongólicos; resplandor de veta escondida, de mineral amasado por el tiempo, de materias viejísimas y fuertes.

¿Quién alcanza la remota lejanía de la piedra? Los indios y su mito vienen de un tiempo religioso, misterioso, cuando el mundo y sus seres brotaban del abrazo cosmogónico. Lo arcaico, lo lejano…. Estos hombres están como sumergidos en la tierra: todo lo toman de ella. Afines con su comarca, cuando viajan su suelo viaja con ellos; si se están quietos, viven en contacto permanente con el paisaje habitual. La tierra no quiere cambio, el hombre rehuye ser transformado. Una memoria ancestral que todo lo recuerda, aunque no quiere hablar; el sentimiento sedentario del albergue y del paisaje; la comunión de suelo y poblador. Telúricos son los que toman su verdad del mundo circundante: los que oyen las voces que suben de las profundidades del subsuelo. A estos no los cambia ni el vértigo de las máquinas, porque están fieramente plantados en el hosco altiplano: parecen árboles inmemoriales. No temen al huracán ni al rayo. ¡Son! Pasó el imperio. Pasó la colonia. Pasará también la república: el indio queda. Porque telúrico es lo eterno, lo invariado, lo que renace de si mismo….

(Extraído de Nayjama de Fernando Diez de Medina.)

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