sábado, 29 de mayo de 2021

Fábula de las vasijas

 

Un aguador de la India cargaba a su espalda dos vasijas, cada una de las cuales colgaba de los extremos de un palo sobre sus hombros. Uno de los cántaros era nuevo y lograba conservar todo el líquido en el largo trecho entre el pozo y la casa donde le esperaba su patrón. El otro, en cambio, más viejo, se había agrietado debido al uso y perdía agua, con lo que al final de cada camino solo llegaba la mitad del líquido recogido.
El hombre era consciente de eso, pero siguió realizando con buen ánimo este trabajo tan pesado como necesario. Sin embargo, la tinaja agrietada no estaba nada conforme con su destino. Se sentía avergonzada de que su compañera pudiera realizar de forma impecable su labor, mientras que ella, por culpa de su imperfección, solo daba la mitad de lo que debería entregar.
Tras un largo tiempo en triste silencio, un día la vasija quebrada decidió hablarle al aguador: -no puedo contenerme más. Necesito disculparme porque estos últimos años te he defraudado. ¿Por qué dices eso? Yo estoy perfectamente satisfecho con tu servicio, y espero que caminemos juntos muchos años más, querida amiga.
-Sé que quieres hacerme sentir bien, aguador, pero soy consciente de que a causa de mis grietas cada vez entregas la mitad de la carga, con lo cual solo te dan la mitad del pago que podrías obtener.
El aguador miró la vasija con compasión y le dijo: quizás llega al final la mitad del agua que da tu compañera, pero hay algo que quiero enseñarte antes de que sigas compadeciéndote.
Acto seguido, el hombre empezó a recorrer el viejo sendero señalando el suelo mientras le comentaba: observá lo bellas que son las flores y los árboles que crecen a tu lado del camino. Es gracias al agua que ibas perdiendo que has convertido este sendero seco en un jardín y bosque, y eso me procura una gran alegría y aligera mi carga.
Efectivamente, a medida que avanzaban, la vasija agrietada vio que una franja de bellísimas flores de todos los colores alfombraba el camino junto con árboles jóvenes que estaban ya creciendo robustos. -Cuando me dí cuenta de que tenías grietas, empecé a dejar caer semillas de flores y árboles-.
El resto, querida amiga, lo has hecho vos con las gotas que ibas liberando para que este milagro pudiera existir. A no ser por tus grietas, ninguna de estas flores hubiera nacido y  ninguno de éstos árboles hubieran podido crecer. Hoy seguiríamos caminando por un sendero seco, llevando sí agua hasta la casa, pero sin contribuir con la naturaleza.
Tras este descubrimiento, la vasija agrietada no estuvo triste nunca más. A los años, la tinaja vieja se retiró y el aguador la puso feliz en su pozo de agua, como símbolo de que la perfección existe en lo imperfecto. Es solo cuestión de buscar lo bueno en todo.

Tomado de la web.

Publicado por JEAC.

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