viernes, 3 de julio de 2009

Mis recuerdos de La Paz 2

EL NEVADO ILLIMANI (En el Bicentenario del grito Libertario de La Paz)

Sin lugar a dudas nuestro coloso guardián de la ciudad de La Paz: el nevado Illimani, es fuente de inspiración para poetas, pintores, escritores y músicos. Tantas cosas hermosas se hablaron de él, tantas leyendas se tejieron en su nombre. Basta ver a la enorme montaña con sus blancos e imponentes nevados para asombrarse y tener respeto y miedo por la tremenda mole.
Illimani: El Resplandeciente – dice una leyenda kolla. Illimani: El de las Aguas Múltiples – refiere otra. Illimani: El más grande de los Cóndores explica una tercera.


Aquí lo vemos en toda su majestuosidad en una imagen nocturna tomada en el plenilunio demostrando todo su portento.

Así nos lo describe Fernando Diez de Medina en su libro “Nayjama”:

“Cada día, cuando la colorada aurora enciende el aire diáfano, un dios misterioso y lejano se alza en su trono de nieves. Allí nacen los corceles del Sol. Allí brincan las yeguas sombrías de la Luna. Y los alborotados vientos que corren y se esparcen por la hoya, detienen su carrera huracanada al pie de la olímpica escultura. Si caminamos todo el día, un titán nos acompaña frente a frente. Si soñamos por la noche, un paredón fantasmal estremece nuestro sueño. Una vuelta en su rededor equivale a llenar la órbita de un mundo. Si bajamos, El se aminora; si subimos, El se acrecienta; si estamos quietos, El nos invade con alteza y pesadumbre de cumbre. Monte Nevado: el longuividente, porque lo mira y señorea todo”.
Para continuar con el relato de esta bella leyenda:
“Refieren los místicos relatos de la antigüedad que en el Primer Amanecer, cuando las cosas se movían para tomar posición en el cosmos, un Cóndor colosal vino a posarse sobre el dorso de la Cordillera Real para dirigir la organización del mundo andino. Como el proceso de integración de los elementos marchaba lentamente, el Cóndor alzaba vuelo en el crepúsculo, cuando las estrellas toman silenciosa guardia, y se alejaba hasta perderse en el hondo cielo. Volvía en los amaneceres, desaparecía a la caída de las sombras. Así por espacio de muchos “Pachakuti”, los ciclos de mil años, que anuncian la destrucción de un mundo y el surgimiento de otro nuevo. Porque el orbe andino está naciendo, está pereciendo, está renaciendo sin descanso. Regresa y se transmuda inexorablemente. Pero un día de días, cuando “Wiracocha”, el dios sutil, juzgó terminada su tarea ciclópea, cuando cada masa, cada línea, cada objeto ajustaron en la inmensa arquitectura, quiso que el mensajero alado atestiguara su grandeza. Y en la Ultima Noche de la Hechura, el momento en que las cosas se fijaban para siempre en su inmutable geometría, dispuso que el Cóndor Resplandeciente se incorporase a la belleza del paisaje. Y el ave fabulosa abatió sus alas titánicas sobre el triple poderío del basalto, del granito y de las rocas eruptivas. Y la nieve cayó de lo alto con su dosel de armiño. Y esas tres cimas que subyugan la mirada india con el doble hechizo de su altanería y mansedumbre, son en verdad la cabeza del cóndor en acecho, y las alas inmensas en actitud de remontarse. Parece un promontorio superpuesto sobre un zócalo de montes: lo que se empina en lo empinado. Porque no es el macizo que surge lentamente, abriéndose paso a través de una intrincada geogenia, sino la maravilla celeste que se precipita de lo alto, como un penacho heráldico en la atormentada Cordillera. Así lo dispuso “Wirakocha”. Y el más grande de los cerros, es también el Más Grande de los Cóndores. Nadie le gana en estatura ni hermosura. Es el caudillo del Ande. “Mallku Kaphaj” – cóndor poderoso –. Un nevado hermosísimo es el guarda de las horas que se fueron y el amo de las horas que vendrán. Montaña de montañas. Sacra grandeza inmóvil. Quién la vió una vez, la lleva en su corazón. Quién la vió muchas, es ya criatura de su arcano. Porque “Illimani” – cosa eterna – es para siempre!”.

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