martes, 7 de julio de 2009

Mis recuerdos de La Paz 4

LA HOYADA PACEÑA

“Quién te conoce no olvida jamás…..”

La Paz nunca deja de sorprender: las veces que tuve que abandonar la ciudad por algún tiempo, al retornar, siempre me ocurrió que la veía como si fuese la primera vez. Con esa hoyada profunda llena de edificios modernos y las laderas con sus casitas de barro y calamina que parecen suspendidas en el aire alrededor de la gran olla. La vista nocturna es particularmente espectacular. La última vez que retorné me sorprendió ver desde el avión como había crecido la ciudad de El Alto. Y cuando vi la ciudad y al fondo su hermoso Illimani, se me encogió el corazón y me pregunté porque tuve que abandonarla? Pero aquí está nuevamente este hijo tuyo que se siente parte íntima de esta ciudad que lo vio nacer y crecer. La Paz ¿cuanto te quiero….!

“Imaginad una ciudad rarísima, frontera de los hielos y los trópicos. Arriba un coro de montañas; abajo la hoya vertiginosa. A poco andar el manto de agua del Titikaka. A cortas leguas los paños verdes de los Yungas. El arquitecto geológico trabajo con tal astucia que no se alcanza el embrollado plan de la fábrica telúrica; es el reino del contrasentido, el orden mágico del desorden. La perfecta horizontalidad de la meseta se contrapone al orden vertical de la Cordillera; y entre el muro montuoso y la mesa altiplánica hay una tal riqueza de accidentes , que la mirada se pierde en la variedad del panorama. El paisaje es tan singular, tan extraño, ofrece tales acicates de atracción y sugestión, que se diría el sueño de un escultor modelando el estallido de un cometa, o el místico terror de un visionario hundido en la tormenta de los mundos. Desde la planicie, la ciudad ofrece la fina delicia visual de un cuento de hadas: castillos de nieve, gozosas arboledas, casas y calles como madrigueras microscópicas reptando por el monte. El aire enrarecido, delgadísimo, hurta la perspectiva, lo define y aproxima todo, al punto que la colosal juguetería parece al alcance de las manos…..El anfiteatro paceño evoca las grandes síntesis humanas. En la hoya el espacio abierto está como sujeto entre la cavidad y las montañas; se siente al Genio del Aire respirar entre altíismas rocas: jadea. Más si el espacio está como amurallado entre casquetes y envuelve en el vértigo de su propia revolución aérea a las cosas, el hombre es al mismo tiempo prisionero y señor del espacio. Nadie tuvo cárcel más extraña, nadie dominio más espléndido. El paceño es hijo del monte y de los aires: permanece inmóvil con fiereza roquera, con soberbia indiferencia; o estalla bruscamente y se dispara hacia la acción como el viento libre de las punas que corre sin obstáculos. Desde el monte escarpado se mira un cielo más vasto, una tierra más honda, una cordillera más enhiesta. Solo así suspendido entre cielo y tierra, siente uno el pavor y la embriaguez de la oquedad paceña: el vacío en una corona de montañas. Lo grave del vacío, alterna con lo agudo del contorno. Es la armonía de los contrarios, el difícil equilibrio de un subir y un caer que son únicamente formas del enigma. Por eso el paceño es la criatura hermética de una colosal desarmonía….

…Hoya paceña: profunda y tierna como el canto del hoyero que la exalta”. (Extraido de Nayjama de Fernando Diez de Medina”.

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